31 agosto, 2008

Lavadora Galactica (Miedo y asco en Barcelona)

¡Por fin lo hemos conseguido! Salimos de casa.

Los cuatro acabábamos de llegar a Barcelona, con las ilusiones metidas dentro de nuestras mochilas, junto con el miedo y la curiosidad por empezar una nueva vida.

Teníamos ganas de que nos pasasen experiencias nuevas. Algo que pudiéramos recordar dentro de unos años. Cuando nuestros destinos fueran otros, ya alejados de los días que pasamos juntos.

Llegamos jueves y al jueves siguiente ya teníamos un techo donde resguardarse. Seguidamente cuando aun no habíamos ni sacado la ropa, ni las ilusiones de la mochila… Se me ofreció un trabajo en Massimo Dutti. Yo ilusionado y los miedos rebajados al mínimo.

Mi hermano me recalca…”Ya te lo dije…” “…no hay de que preocuparse, al final todo acaba por arreglarse”.

Bufff…que gustazo. Asentados y con recursos, un sueño hecho realidad. Salgo del cuarto con sonrisa en la cara y observo a mi alrededor. Encuentro a Javi conectando la consola para divertirse los cuatro. Pasti preparándose el ordenador para sus largas jornadas matinales de dibujo. Y Jorge instalando su cama en el interior de un cajón de sueños. Construyendo su cabina onírica donde liberar su cuerpo y viajar a otros mundos.

Soy feliz viendo lo que puede dar de si este añito.

Hoy, viernes, segundo día en el piso. La mañana trae mucha luz por la ventana del cuarto. Me hace sentir bien, con ganas de hacer cosas. Aunque no e dormido mal en mi nueva cama, a mitad noche un molesto zumbido a interrumpido mi duermevela.

Como un siseo, como alas de abejas rozando entre sí.

Curioso al levantarme de la cama decidí, mirar bajo de ella, para averiguar de que podría tratarse. La oscuridad no me dejaba ver, lo que allí zumbaba. Me incorpore y trate de levantar la cama entera para ver bien. Y para mi sorpresa, lo que encuentro bajo de mi cama es un oscuro y oscilante agujero negro. Una masa oscura con un anillo rotativo en su perímetro.

Asombrado llamo a los chicos para que vean esta curiosidad que no incluía nuestro contrato del piso. Cuando llegan presurosos alarmados por mis enérgicos griteríos. Los cuatro nos quedamos hipnotizados viendo aquella lavadora galáctica.

AAALAAAAA!!!! Gritamos al unísono.

¡Que cabrón! Diego siempre te toca el mejor cuarto –Dice uno de mis compañeros.

Al Diego siempre le pasan las cosas mas raras, no se como te las apañas –Replica entre risas mi hermano.

Y dispuestos a probar cosas nuevas como , como lema iniciático de nuestra aventura. Casi sin proponerlo, vamos uno a uno lanzándonos de cabeza dentro del agujero negro, engulléndonos a los cuatro.

INSENSATOS!!! Pensareis más de uno… Pues sí. ¿Y no lo es también, el dejárselo todo detrás y venirse a Barcelona en busca de no sabemos que, pagando ganas y todo?

El piso, se lleno de un silencio atroz. Desaparecieron las risas y las bromas y la nada se adueño del espacio.

Recuerdo, que de pronto, poco a poco, muy lentamente. Ante mi aparecía la imagen del comedor. Estaba como abriendo los “ojos”. Una sensación de resaca rara. Me dolía todo el “cuerpo”. Como si acabaran de enhebrar mi cuerpo por una aguja. ¿Sera esta sensación la que tienen los bebes al nacer?

Como decía antes, veía el comedor de nuestro piso. Aunque desde un punto de vista distinto. Tenía delante de mi el sillón y en una altura inusual, por encima de horizonte.

Miraba a mí alrededor, veía las botellas de cerveza que teníamos encima de la televisión. Y sentía las presencias de mis compañeros provenir de ellas, sentía la presencia de Jorge venir de dentro de Doraemon. Empecé a asustarme. Percibía oír la voz angustiada de Jorge, que quizás se despertó antes que yo y llevaba tiempo siendo consciente de nuestra nueva posición en este mundo.

Y es que parecía, que de alguna forma al entrar en el agujero negro, habíamos sido transmutados en otro tipo de materia, pero conservando nuestra conciencia.

Al rato, conseguimos calmarnos todos, diciéndonos que algo se nos ocurriría, que seriamos capaces de salir de esta. Aunque poco nos duro la calma. Escuchamos el ruido de abrirse y cerrarse la puerta de la entrada, alguien había entrado en el piso, ¿quien podría ser?. Nadie tiene llaves, quizás,¿ Carmen, la dueña? De nuevo un zumbido ensordecedor de alas y golpes contra el techo. Y de golpe irrumpieron en el comedor cuatro mosacas enormes, como vacas y se posaron en nuestro sillón y alguna apegada en la pared. Moviendose a espavientos, con movimientos cortos y rapidos. Cuatro moscas peludas viviendo donde nosotros!!

Horrorizados, gritamos de pavor los cuatro, tres botellas de cerveza y Doraemon juntos en un mismo y espeluznante grito de miedo y asco en Barcelona.

Los nuevos inquilinos no parecían percatarse de nosotros o simplemente pasaban de notros como de comer mierda… bueno, si que la comían.

De esta forma fueron pasando los días. Veíamos como aquellos seres habían ocupado nuestra casa y nuestras vidas. Pues cada mosca dormía en un cuarto. Dos de ellas habían cogido la costumbre de jugar partidos al PES en la consola. Otra tenía la costumbre de despertarse y levantarse por la mañana antes que las otras tres. Y la cuarta solía ponerse delante del ordenador de Pasti mirando la pantalla y la tableta de dibujo sucesivamente, intentando averiguar para que servía aquellos instrumentos.

Nunca debimos arriesgar tanto, aquel agujero negro cambio nuestra vida para siempre. Ahora sabíamos que nunca volveríamos a ver a nuestras queridas y añoradas madres. Soñábamos con la probabilidad de que algún día alguien nos reciclara y visitaremos el mundo seccionados en miles de trocitos y que a Doraemon lo regalaran a Caritas y fuera pasando de dueños el resto de su vida.

Aquellos horribles insectos, lograron utilizar el messenger y postear en blogs. Emularon nuestras voces. Y al cabo de poco tiempo consiguieron que nos visitaran nuestros amigos.

Estuvieron en el piso unos días, las moscas adquirieron el poder de la mimesis total, realmente éramos nosotros en carne y huesos. Una copia perfecta. Salvo que cuando nadie los miraba a escondidas chupaban azucarillos. Nosotros al segundo día de llamar la atención de nuestros amigos y ver que no surtía ningún efecto, desistimos y tratamos de reírnos con ellos y mirarlos con añoranza.

Absolutamente nadie se percato de que habían sido recibidos amablemente por cuatro repelentes moscas. Mejor para ellos.

Y de esta forma vimos pasar las semanas. Las moscas seguían acumulando cervezas a nuestro alrededor para regodearse de nuestra mala suerte. Cuando no tenían visita que era la mayoría del tiempo, tomaban su forma original, con la que más agusto se sentían. Y no paraban de hacer guarradas como su naturaleza les manda. Se pasaban todo el día chupando un extraño néctar dulzón que las volvía locas y montándose unas encima de otras para copular sobre nuestro sillón o encima de la mesa. Mientras las otras con su mirada perdida frotábanse las patitas en símbolo de que todo marchaba bien, justo como estaba planeado. Habían conseguido echarnos fuera de juego y no me extrañaría que su próximo movimiento fuera conquistar el mundo.

Y es de esta forma como de momento seguimos nuestra aventura en Barcelona. Esperando que la suerte nos saque de aquí. En otra ocasión os contare como con forma de botella y sin poder moverme, he sido capaz de escribir esta especie de diario que ahora leéis, pero eso….es otra historia.

. . .


Por: Ego Valor.

15 abril, 2008

Me Decidí A Decidir.

Un buen día, mi madre compró peces de colores para casa.

Dentro de su cristal, dando vueltas, no parecían ir nunca a ningún sitio.

Mi mamá me dijo, que nada malo les profesara.

Una mañana automáticamente mi mamá fue al trabajo.

Y yo, imitando a un enfermo, me quedé en casa sin ir a clase.

Al no estar ella presente.

Cogí una bolsa transparente, que llené de agua e introduje a los tres peces de colores.

Salí a la calle en dirección al centro comercial.

Pretendía divertirme y una vez llegué.

Metí la mano en la bolsa y sacando al pez rojo de ella.

Lo deje caer al suelo con resuelta malicia en mis ojos.

Hasta que seco, murió en el suelo.

Cuando levanté la vista del suelo, me asusté mucho, mucho.

Al ver que las personas de mí alrededor tenían ahora aspecto de pescados.

Con sus ojos de rebosante indiferencia.

El centro comercial parecía un estanque de gente-pescado disfrazada de impersonalidad.

Atunes, lenguados, y algún que otro emperador vendiendo hamburguesas en Burger King.

Asustado, salí corriendo de allí, buscando refugio en el parque.

Allí, cabreado por estos odiosos animales, recupere el aliento y me calmé.

Saqué de su preciado líquido al pez blanco.

Y me lo comí en un ataque de ira.

Lo mastiqué y engullí con sádica venganza.

Una peste a puerto sucio y pez podrido se instaló en el ambiente.

Haciendo que me llevara las manos a la nariz y llorara del nauseabundo hedor.

Nada podía hacer por proteger mis pituitarias.

Maldije a Neptuno y sus sirenas y demás seres de la mitología y literatura clásica.

Empezaba a arrepentirme de mis actos.

Nunca debí desobedecer a mi madre.

Mi nariz ya estaba roja, casi sangrando, por culpa de la irritación.

Parecía estar respirando bajo un desierto de arena.

Viendo lo sucedido con los anteriores peces.

Al ultimo lo bese y devolví al mar.

Pero el pez azul, nada más caer al agua.

Pasó a mejor vida flotando en la superficie.

Fuera de mis cariños, la tristeza se lo llevó.

Puesto que el blanco alimento que engullí antes, era su amada pareja.

Por mucho que intenté reanimar al pez blanquito.

Nada pude hacer por mejorar su situación, ni la mía.

Un diluvio excesivamente cargado de sal y frescura cubrió el mundo.

Era tal, la intensidad y furia con la que caía, que las calles se inundaron en poco tiempo.

Los peces-hombres que paseaban por la calle, cerraron sus paraguas de sol.

Y se empaparon con liquida felicidad.

Sin importarles ni el salitre, ni el frio, ni su olor característico.

Calado hasta los huesos, aquello fue demasiado para mí y acabé deprimido rápidamente.

Asustado, triste y dolorido, fui corriendo a refugiarme en la tranquilidad de la casa.

Llamé a la puerta de casa.

Serían las seis de la tarde y mi madre tendría ya la merienda preparada.

Impaciente por el caluroso abrazo de la maternidad.

Quien abrió la puerta, fue un pescadito vestido con mi ropa.

Me quedé bloqueado al ver aquel fiel reflejo marino mío.

Mi cerebro no lo soportó, y se produjo el desmayo.

Cuando recuperé el conocimiento.

Vi que sin miembros y enrollado en una funda de pañal.

Vivía ahora en una cajita de cristal, en el comedor de mi casa.

Viendo como una familia de peces de colores comía mientras veían la tele.

Por suerte no estaba ya asustado.

Fue fácil una vez me hice a la idea.

Que cuando uno sale de casa y tomas sus propias decisiones.

Nada de lo que deja atrás volverá a ser igual.

Así que me volví de lado con dificultad y seguí durmiendo.

. . .

Por: Ego Valor.

26 marzo, 2008

¿Porque Quema La Tristeza?

Abajo, unas madres enterraban a su hijo calcinado. Un incendio en el bosque había arrasado gran parte de la vegetación y la mitad de las casas de madera del pueblo. El niño de tres años, se encontraba durmiendo en una de tantas.

Me habían encerrado en lo alto de una torre. Hubiese presenciado el entierro del niño, si no llevara este casco de madera, que me habían construido ex profeso. Siendo esta, prisión de ébano para mis ojos, incómodamente, impedía la vista de nada.

Siendo pequeño fui “bendecido” con la asombrosa cualidad de prender fuego a cualquier cosa con solo desearlo, naci con ello, poco a poco fue emanando. Al principio sin darme cuenta y luego controladamente para mis juegos. Claro que al principio las llamas no eran muy grandes, y mis victimas eran juguetes e insectos.

Desde la primera chispa que salió de mí, la gente del pueblo ya empezó a mirarme recelosamente e imaginándose lo peor.

Fue hace poco, al enamorarme por primera vez de una chica, a los dieciséis años. Hizo que las llamas de mi interior alcanzaran grados nunca visto. Mi fuego interior ardió como nunca.

Seguidamente después del amor, le siguió la tristeza, ella dejó de quererme, me dijo que ya no sentía nada especial por mi amor. Este hecho hizo mis llamas crecer sincronizado con mi ánimo menguante.

Con solo desearlo, podía hacer que ardiera cualquier objeto. Fijaba la vista atentamente mientras imaginaba como ardía, el objeto, sin más, desaparecía en una erupción de chispas seguidas de llamas letales.

Desde que me dejaste, Aurora, las llamas han crecido hasta un rojo carnoso, puro, casi negro, llamas de una viscosidad carnal. Salidas del mismo infierno, con autonomía propia. Un ser con un apetito irracional, asesino bestial. Alcanzaban ya sus ocho metros de muerte. Llamas de pubertad, avivadas con madera de huesos, jóvenes.

Si deseaba quemar mi venda de madera, mi cabeza haría lo propio. Los del pueblo no eran tontos.

Se originó el incendio en el bosque, y adivinad a quien le echaron las culpas. Yo sin ganas de nada, ni siquiera les impedí que me llevaran a este exilio. Claramente yo no había sido. Aunque no estaba aseguro ya de nada. Maldiciendo mi mala suerte, había deseado tantas veces que todo despareciera, que se abrieran las puertas del infierno y arrasaran las llamas con todo aquello, quizás indirectamente lo hubiese provocado. El cansancio me hizo dejarme llevar por los comentarios del pueblo y ya no sabía que pensar de mi.

No iba a defenderme. Si la gente quería seguir su estupidez, no los detendría. Ni siquiera preguntaron, tampoco se pusieron a investigar. Mis padres cansados de mi, aunaron fuerzas por apartarme de delante de ellos. Les suponía un amolestia, no aportaba nada a la casa. Y no les gustaba que por mi culpa ellos se vieran arrastrados a las malas miradas.

Era comprensible, cuando se tiene miedo de algo, vale la pena esconderlo, apartarlo de la vista. Si no lo ves, el problema desaparece, es algo que los humanos hemos aprendido.

Yo, tenía otros planes para conmigo.

Pasando los meses, mi cuerpo minado, marcaba el lapso del tiempo, la comida que me traían, se pudría virgen en algún rincón y se hacía notar en el ambiente.

Decidí fugarme de allí, mis detractores, mis jueces, todo el pueblo pensaba que aquello era seguro. Pero la única seguridad de aquella celda era mi indiferencia por escapar. Llegado el momento salí y pise tierra firme. Ya me había decidido, mi mente ya no aguantaba más.

Eran fiestas en el pueblo, y supuse que sería un buen día para algo de calor.

El casco se había convertido en parte de mí. Como un sexto sentido, había crecido en mi una seguridad y movilidad envidiable. Podía moverme con tranquilidad por el pueblo, lo conocía de memoria. Por allí entre los disfraces pude moverme sin ser visto. La gente estaba muy bebida para darse cuenta y los niños me habían olvidado, de echo alguno hubo que quiso sumarme en sus juegos.

Recordaba esas fiestas, de pequeñito, cuando mis amigos y yo jugábamos por las calles con cohetes sacándole buen partido a mi cualidad. Hacíamos coreografías lanzando aquellos proyectiles de mil formas diferentes o asustando a los curiosos que por allí se acercaban.

Todos bailaban ahora, al ritmo de la orquesta, en la plaza mayor, junto al ayuntamiento. Colores, música, risas y un plan en mi cabeza.

Sin que nadie se diera cuenta, me coloque delante de la orquesta y me convertí en la columna de fuego más hermosa que nunca nadie podría esculpir jamás.

Si había sido o no el creador del fuego del bosque, ya tenía poca importancia.

Es difícil hacerse adulto.

Para mí, todo pasaba por aguantar el amor doloroso dentro. Esas fueron las llamas que de verdad me mataron. Las que tú originaste, nadie vería ese cualidad tuya. Nadie vería tu gran poder.

Por fin todos descansarían en paz. Me había apartado de en medio. Mi desdicha no fue nacer con este poder, sino conocer la tristeza que me abrasó por dentro.

Todo el mundo se quedó mudo mirándome, perplejos, nadie vino a ayudarme. Al quemarse mi casco, hundido en las llamas, el dolor no me impidió ver vuestras caras de estupor por última vez, pero no fue esto lo ultimo que mis privilegiados ojos dejarían de ver, fue el horizonte, detrás vuestro, mucho más hermoso que la complicidad humana.

Despidiéndose con su expansivo y redentor azul, como el mar.

. . .

Por: Ego Valor.

16 marzo, 2008

Casas De Paz Salvaje

Un prado verde, mecido por vientos traviesos, arremolinándose por las hojas y deslizándose por la fina hierba, dejando paso a la primavera. Empezaba el día, el sol en lo alto y el viento fresco de la mañana entraba raudo por la ventana limpiando la cara de ensueño de cada rincón de la mansión vieja y abandonada.

Bueno, abandonada…, ahora ya no. Aquí vivíamos yo y cientos de animales e insectos y plantas. En perfecta armonía. Hacíamos vida entre aquellas viejas paredes, Como antaño hiciera Noé.

Allí entraban y salían siempre que quisieran. Eran libres. Aquella antigua casa, había dejado su apellido humano, para pertenecer a la naturaleza, ahora sería familia de las rocas, las madrigueras, sería una más entre el grupo de pinos, como un rio, formaría ya parte del paisaje.

Desde fuera se veía como una moqueta de plantas de colores y hierbas, la habían recubierto casi por completo. Permanecía en el tierno abrazo de la naturaleza desde hacía más de 200 o 300 años.

Era temprano, yo asomado por la ventana, llenaba mis pulmones de aire, aspirando profundamente el puro aliento de aromas infinitos procedentes del bosque.

Bajo, en el jardín, ubicado enfrente de la puerta de entrada, se encontraban almorzando los unicornios, creemos que los primeros en habitar este fantastico inmueble. Bajaban sus largos cuellos para recoger la paja y deliciosas manzanas que les había dejado la noche anterior, seguidamente, subían sus cabezas masticando la dulce mezcla, mientras seguían con la mirada, el corretear juguetón, de la recién llegada cría de unicornio. Descubriendo esta, la libertad que le proporcionaban sus cuatro patas y una juventud envidiable.

La puerta de la entrada siempre estaba abierta. De hecho, no existía puerta alguna. Era como la entrada natural a una cueva, abierta a quien quisiera entrar a resguardarse en aquel acogedor recinto.

Allí entraban y salían todo tipo de animales. Recientemente habían venido unos lobos en busca de un refugio en el que dar a luz a sus crías.

Las ardillas habían construido sus nichos en la ajada madera y correteaban a su antojo arriba y abajo de la casa por galerías creadas para la ocasión, Recogiendo bellotas que caían dentro de casa, pues estaba llena de agujeros.

De las tantas ramas de arboles que entraban dentro de casa o que habían crecido allí dentro, se acicalaban y cantaban al unísono todo tipo de aves. Llenando el vacio de la casa con hermosos himnos traídos migratoriamente de todo el mundo.

Los conejos y sus naricitas sin descanso, olisqueaban por los innumerables rincones.

Gatos salvajes o abandonados, rellenaban huecos con sus siempre contaminantes largas siestas. Vividores de la noche, mantenían vigilada la casa cuando desaparecía el sol.

En la planta de arriba, varios búhos daban consejos en el inservible cuarto de baño.

Los ciervos paseando por fuera la mansión parecían saludar a los jabalíes, que asustados, habían montado su guarida bajo la escalera de la puerta trasera, entre el lavadero de piedra y los hilos de tender, donde la orquesta de mil silbiditos cantaba los buenos días cada mañana.
Bajé hasta la entrada de la casa y salí a fuera. Sentía como la estación de las flores se instalaba en cada átomo. Mientras el sol barnizaba de brillos todas las superficies. Y enriquecía a todo ser viviente bueno o malo, sin preferencias.

Me posé en mi roca preferida donde tomaba el sol y contemplaba el monumento social fáunico en que se había convertido la casa.

Me hizo gracia el darme cuenta, de que dos ratoncillos despreocupados se acercaban a mi posición en la piedra. Al darse cuenta de mi presencia frenan su paso airado y olisquean en mi dirección, al percatarse de quien soy salen corriendo despavoridos.

Seguí echado al sol, un rato más y al desmarañarme del sueño matinal. Me levanté satisfecho y cogí mis herramientas con dirección a recoger alimentos.

La gran parte del día estuve recogiendo tomates, berenjenas y alguna que otra calabaza. También me entretuve cavando la tierra para plantar las alcachofas que ya había llegado su turno.

El calor apretaba, así el botijo con fuerza y lo alce en el aire. Estaba muy lleno y al desbordar mi boca llena de cristalina y fresca agua, me mojé toda la ropa, refrescando aun más si cabe mi cuerpo. Me encantaba todo aquello, sequé mi boca con el ante brazo. Y seguí trabando, sudando por un trabajo noble y con inmediata recompensa.

Pasé el día trabajando el campo.

Empezaba a oscurecer y acabé recolectando las manzanas que, colgando de la rama me repetían, que era el momento de dejar el árbol. Me encaminé hacia el merecido descanso y un plato de comida en la vieja casa salvaje.

Los unicornios en la entrada me miraban complacientemente, y yo con la cabeza los saludé. Al entrar en la cocina y dejar la comida en la mesa, algunos pajarillos que aun no se habían ido a dormir y alguna que otra gallina trasnochadora se acercaron curiosos a ver lo que traía.
Ya era de noche y muchos allí ya habían cenado, la mayoría cenaba temprano. En cambio otros animales volvían de pasarse toda la jornada trabajando trayendo la comida para la familia.

Yo di buena cuenta de mi cena y con el estomago lleno, salí al jardín. A relajarme en mi piedra. Mientras que contemplaba el desfile de constelaciones y escuchaba la juerga que llevaban los grillos allí fuera.

Hacia una temperatura exquisita, el cálido ambiente invitaba a dormir a la intemperie.
Casi era la media noche, y de pronto cinco unicornios se acercaron donde yo me encontraba, el resto de potros se quedó disfrutando la noche desde sus camas.

Sus cuernos de pronto se iluminaron y empezaron a producir una melodía encantadora. Un sonido parecido a flautas dulces y ocarinas, mezclado con cantos de ballenas propagándose por el mar. Los cuernos iluminaban la noche y la casa vieja con colores suaves y agradables, una especie de iluminación hechizante.

Estupefacto y con alegría creciente, contemplaba lo que deduje como una especie de agradecimiento por una apacible convivencia reciproca.

Y como flotando dentro de este arcaico concierto, apareciste, al fin, caminando por el camino hacia la casa.

La larga espera había acabado.

Sin dejar de sonar la orquesta. Me lancé corriendo a abrazarte.

Tu abrazo era mucho más cálido que mil primaveras juntas. Y sin decirnos palabra alguna, cogidos de la mano sin dejar de mirarnos a los ojos, echamos a correr alejándonos de la casa, por todo aquel basto campo lleno de vida.

Me despedí con mucha alegría de los unicornios y de la vieja mansión que tanto tiempo me habían mecido en su compañía y habían sabido comprenderme. Seguimos corriendo hacia delante, ya nunca volveríamos a mirar atrás. Corriendo a toda prisa.

Seguíamos avanzando a toda prisa, el viento dándonos en la cara fuertemente y nosotros abriéndonos paso a través de él. Nuestras piernas habían desaparecido, pero seguíamos avanzando cada vez más rápido, podíamos ver la velocidad en la hierba al pasar a un metro del suelo. Cuando de repente, con fuerza en los brazos, alzamos el vuelo los dos juntos, cuando atravesamos una nube de plumas que se formo a nuestro alrededor, cuando nos transformamos en águilas. Surcando el cielo. Creando nuestro propio camino.

Y el viento travieso que por la mañana me había despertado, me miraba medio dormido desde su cama, con un ojo abierto y una sonrisa cómplice bajo la sabana. Mañana le tocaría volver a despertar a los animales de la gran mansión, que ya quedaba lejos, allí resguardando a los hijos de la naturaleza.

Llena de vida, rebosante de paz.

. . .


Por: Ego Valor

09 marzo, 2008

Amor Insano En Tres Actos.


ACTO I / VISIONES DE UN DRAMA.

· Encontrarte en la calle marcaría nuestras vidas.

· Entramos en tu territorio como espías.

· Todos a los que preguntábamos te señalaban como su dios incondicional.

· En lo alto te vimos. Postrada en un trono de brillos plásticos y cubos de metal.

· Vestías harapos y ropas viejas raídas por las ratas. En tu salvajismo eras la mejor.

· Basura y porquería por doquier.

· Tus súbditos, viejos animales, carroñeros con barba y visiones, seres mamando de una teta-brick.

· Los perros se inclinan por ti a tu paso.

· Y otras veces eras tu la que te inclinabas, hasta ponerte al nivel de su mirada. Para comer junto a ellos.

· La bazofia que traían.

· Al vernos, no hiciste ningún ademan de aprecio, ni reconocimiento en pos de tu especie.

· Tú no tenías especie. Eras única.

· Tu único grupo eran quien carecía de gozos, espiritualidad y porvenir.

· No reconociste en nuestra mirada quien pretendía, inútilmente, ser tu salvador.

· No reconociste en nuestra mirada quien pretendía traerte lujos y comodidad.

· Te cogimos y levantamos, quisimos ayudarte.

· Tú, asustada, te pusiste en guardia.

· Con la melodía de tus uñas, marcando pentagramas en nuestra piel.

· Conseguimos sacarte. Y agotada por el forcejeo. Al salir de tus dominios.

· Caíste paralizada por el miedo hacia lo desconocido.

· El consenso de gatos, que se reunieron para tomar una decisión sobre ti. Acabaron sus tazas y encendieron puros, optaron por su individualidad y marcharon en busca de otras reinas de las que aprovecharse.

· Te abandonaron.

· Hechizaste a mi hermano, le hiciste firmar una condena, con sangre sobre la tierra que pisara hasta su muerte.

· Él firmo sin mirar. Y yo que si le miraba, no vi a mi hermano en él.

· Ese día lo perdí. Solo tú saldrías ganando.

· Las ratas, las alimañas y algún vagabundo que entonces te aplaudían, ahora se escondían cobardemente bajo sus mascaras de periódicos.

· Mi hermano vio en ti, la mariposa escurridiza.

· Esa pieza clave en una colección de cincuenta años.

· Decía que tus ojos, centelleantes oleadas de nácar modelaban figuras imposibles que hablaban tan bien de ti.

· Intentando ayudarte, buscando el bien tuyo, no nos dábamos cuenta que solo satisfacíamos nuestro bien.

· Actuamos egoístamente.

· Conseguimos exiliarte del reino.

· Caniches, Chihuahuas, maltrechos sabuesos y todos tus objetos robados, te fotografiaron para sus calendarios.

· Mientras se reían malvadamente bajo su piel, risa de huesos viejos.

· Sacos de piel y dolores.

· Locura del hambre.

· Las horas muertas y las sombras que abrazan al solitario, llorarán tu pálido cariño por ellas.

· Niña salvaje, del amor nunca presa.



ACTO II / TACTO DE UN DRAMA.

· En la calidez de nuestra casa te erigiste siempre extranjera.

· Cambiamos el gris de tu cuerpo por ropas decentes.

· Mi hermano estaba fuera de sí.

· Verte por allí le hacía dichoso, eras su luz.

· Como quien caza un ciervo como trofeo.

· Nuestro ciervo descifraba la tele y comía a la mesa con nosotros.

· Cuando no te encontrábamos por la noche comiendo del suelo y del cubo de los desechos

· Pero él dejó de tener vida propia.

· Pasaste a ocupar sus vasos sanguíneos, ¿notabas su sangre caliente como te abrazaba?

· Serías su hígado y filtrarías sus penas y dolores.

· Las dos del medio día, mitocondrias insuflándole más energía que robar.

· Por la noche, después de cenar, eras el acido que descompone.

· Eras el único reflejo de sus ojos.

· Antes solo vestías, hilos tímidamente enteros, con dificultad tejían una matriz, mal nacida tela con derecho a aromas abolidos.

· Dueña y ama del castillo del tercer piso, puerta B.

· Nunca oímos de tu boca salir silaba alguna, ni verbo conjugado.

· Nada.

· Nada que no fuese un gruñido.

· Mi hermano te dio su salud, sin recibir un "gracias" o al menos un "nunca lo deseé".

· Su egoísmo fue algo de gesta.

· Aunque sin recompensa, eso también es digno de admirar.

· Fue una empresa fallida.

· Con un final predecible.

· Enterrado vivo, quiso pulir un imperio para ti.

· Un día, perplejos, encontramos huesos de pajarillo enterrados en una maceta.

· Eso entristeció a mi hermano, nada habías cambiado.

· De nuestro mundo te trajimos cultura y educación.

· Del tuyo solo encontramos indiferencia.

· Pusimos en tus manos herramientas para con nuestra civilización.

· La misma que siempre te miró desde arriba sin doblar su rostro.

· Queríamos que te defendieras con sus mismas armas.

· Nunca nos fijamos que ya tenías forjadas las tuyas propias.

· Amar sin ser respondido.

· Es preferible pasear terremotos con correa.

· Niña salvaje, del amor nunca presa.


ACTO III / HIMNOS DE UN DRAMA.

· Una mañana mientras trabajaba, tuve un mal presentimiento.

· Certificado, al encontrarme la puerta de la casa de mi hermano abierta.

· Y es que los restos de mi hermano yacían en el suelo del comedor.

· Claramente allí no estabas tú.

· Habías huido.

· Las manchas de sangre por todas partes, hablaban de ti.

· De allí saliste con la delicadeza de siete leones hambrientos.

· Por mi amor hacia él, intenté siempre ayudarle en su afán por tenerte.

· Pero mira que has hecho.

· Mi hermano eran cinco trozos de carne.

· Mis miembros querían dividirse y acompañarle en el suelo.

· Me di cuenta que faltaba su identidad.

· Su cráneo.

· Podía imaginarte, corriendo por las calles.

· Escondiéndote por las sombras.

· El cráneo de mi hermano de collar.

· Golpeando tú pecho a cada zancada.

· Un trofeo.

· De vuelta a tu reino.

· ¿Quién te trajo al mundo?

· ¿Qué te hicieron de niña?

· Estoy seguro, que ahora descansan en aquellas bolsas.

· Las de tu trono.

· Te ofreció un horizonte abarcable, cielo y constelaciones.

· Tú cogiste su humanidad y pintaste el suelo y paredes con ella.

· Ahora él está, justo donde quería.

· A tu lado, junto a ti.

· Astuta caníbal.

· Niña salvaje, del amor nunca presa.

· Y mis lágrimas derramándose.

· Por el patético final.

· Puedo imaginarte, asesinándolo.

· Ensimismado en sus tareas, con la tranquilidad de no imaginarse este trágico final.

· Tu, comiendo de su cuerpo.

· Ojos desorbitados, estado de trance orgiástico.

· Disfrutando anhelante bocado.

· Manchada con la sangre de tu purificador.

· Ahora es él quien forma parte de tus órganos.

· De tu cuerpo.

· De ti.

· Sin fuerzas de seguir con mi identidad.

· Sopesando una vida futura sin él.

· Cogí un cuchillo del cajón.

· Y una fotografía.

· Cerré mi vida de ser humano.

· Huí al anonimato.

· Y abrí una nueva puerta.

· Ahora sería uno más de los de tu grupo.

· Subiría lentamente los escalones jerárquicos.

· Hasta acercarme a ti.

· Y vengar su muerte.

· Sellé la puerta de su casa para siempre.

· Al cerrar los ojos, sin esfuerzo, te divisaba.

· Dominándolo todo desde la oscuridad de esta sociedad.

· Nadie buscaría en los más bajo.

· Allí sentada.

· En tu trono de huesos, plástico y cartón.

· Rodeada de tus criaturas.

· Coronada.

· Celebrando tú regreso.

· Bandas de música, desfiles de bestias, banquetes de muerte.

· Larga vida a la reina del subsuelo.

· Hija de la miseria.

· Avanzada criminal.

· Niña.

· Salvaje.

· Del amor.

· . . .

· Nunca presa.

.

Por: Ego Valor.

03 marzo, 2008

Sangre Azul, Nubes Rojas.

Sentimos que vivimos porque padecemos, sentimos que vivimos porque reímos, sentimos que vivimos porque cuando nos hieren, de la herida sale sangre y nos duele.

Derramar sangre es símbolo de vida y de muerte al mismo tiempo. Ver la sangre correr, gotear por nuestra piel, sentir su calidez al salir y su enfriamiento repentino, eso nos asusta. Hay quien se desmaya al ver la mínima gota de ella. Y quienes han hecho de la sangre literatura, trasladándola a mundos románticos.

Yo hace tiempo que no veo la mía. Salvo cuando en vez del barbero, el que me afeita es un samurái.

Tenía un amigo, de pequeño, cuando tendríamos unos diez u onze años. Que me decía que la sangre era de color azul (no era príncipe, os lo aseguro) en vez de roja. Se lo había dicho su padre. Comentaba que la sangre dentro del organismo era azulada y una vez en contacto con el exterior se oxidaba y se volvía roja. Según él, las venas eran transparentes, incoloras, y por eso vemos las venas azules a través de la piel, y cuando se acumula sangre en nuestro interior y nos sale un hematoma.

Y yo me preguntaba, ¿Por qué se les llaman glóbulos rojos, si no son rojos? Llegue a la conclusión, de que su padre, o bien era un ignorante y nunca había ido a clases de naturales, o bien solo se inventaba las cosas para que mi amigo callase y no incordiara detrás de él haciéndole preguntas.

Mi amigo se llamaba Vicente, iba casi todos los fines de semana a estudiar a la biblioteca. Era uno de esos empollones que todos hemos tenido alguna vez en clase. Los que lloran a moco tendido si su nota baja de ocho y medio. Cosa que tampoco entendía, siempre me conformé con sacar un cinco de nota. ¿Por qué nunca mostré más interés?, ¿Por qué siempre me conformé con lo justo?, ¿Para repartir mi energía entre más actividades? Es por esto, que durante mi vida he empezado mil tareas que he dejado a mitad. Inacabadas. ¿Sera por eso que nunca me he dedicado por entero a algo?

Pensamientos a parte, un buen día, muy lluvioso, pero buen día al fin y al cabo. Vicente se dirigía como era costumbre a la biblioteca a estudiar (era viernes por la tarde, teníamos examen el lunes). Una forma como cual quiera otra de minar la infancia de un niño. Y fue al cruzar la calle, cuando el conductor de un coche, se saltó un semáforo por llevar exceso de velocidad y ayudado por la lluvia, dio contra el coche que le tocaba pasar, según un juego de colores entre rojo y verde. El cual desafortunadamente llevo a atropellar a mi amigo. El golpe fue brutal y la muerte instantánea.

Fue tan repentina, que el niño, no le dio tiempo de saber, cuanta verdad había en las palabras de su padre. Después de esto, su padre hubiera querido, que realmente la sangre que brotó de su hijo fuese de un azul esperanza. Que el coche hubiese sido transparente y no sus queridas venas y que su hijo hubiese estado molestándole a preguntas hasta hacerse viejos los dos.

Pero el rojo, de una tonalidad sueños truncados, empezó a colorear toda la carretera, la lluvia extendía la mancha. Como si se tratara de la aguada de una acuarela. Era una enorme mancha.

Grande, como una gigantesca nube. Yusra Abid intentaba dibujar la nube, tan grande como el continente asiático. Espesa y radiactiva nube creada por la explosión de una bomba atómica. Yusra tenía siete años y en el año 2.088 era muy normal ver esta clase de nubes por la televisión.

Desde hacia casi un año se había convertido casi en una obsesión, desde que vio la primera, en un documental en blanco y negro, que estaba viendo su padre. De alguna forma se le había quedado grabada en la memoria. No paraba de representar la nube que dejan las bombas después de su explosión. Cogía las acuarelas y las coloreaba de un rojo pálido, nubes grandiosamente grandes, ese tipo de setas aéreas que solo crecen bajo un tipo de bombas muy venenosas.

Yusra no tenía demasiadas amigas, pero tenía a sus pinceles. Tan solo alguna compañera de clase, era un poco tímida y eso no le ayudó en la popularidad. Pero es que cuando salía del colegio prefería la compañía de las manchas y colores.

Un viernes, por la mañana fue con su padre al mercado de animales, a ver los pájaros, a ver si de esta forma encontraba otra inspiración la pequeña. Mientras su madre estaba arreglando la casa, entró a la habitación de la niña; le extrañó ver que la joven había colgado encima del cabezal de su cama una lamina con una de sus nubes pintada. ¿Porque había escogido precisamente esa lamina de entre casi una centena?, ¿Sería esta la que mejor representaba lo que ella quería expresar?

Encima de la cama, ...coronando sus sueños. ¿Sería que Yursa veía belleza en aquel acto atroz? Transformaba un símbolo de total destrucción, erradicador de vida total, en una nube casi sonrosada. O quizás tan solo se deleitaba extendiendo el pigmento sobre la hoja, por el simple gozo de pasar el pincel sobre el papel y ver como el color se va extendiendo. Esa extraña sensación que de niños a todos nos cautiva en algún momento y nos encontramos cara a cara con el placer de crear algo nuestro.

Su madre se volvió hacia la ventana del cuarto y se quedo embobada mirando la lluvia caer. Miraba como toda aquella agua limpiaba la ciudad y cambiaba el color de todo lo que mojaba. El olor de tierra mojada también es algo que nos atrae a todos tanto como la acuarela.

Aunque las nubes grises parecían anunciar con tristeza a la madre de la joven pintora, que precisamente hoy ocurriría una de esas tragedias tan cotidianas e inesperadas...

. . .

. . .

De pronto Yursa despertó, se encontraba un poco aturdida, como si hubiese hecho un viaje muy largo. Cuando dejó de cegarle la luz, pudo abrir los ojos y ver que se encontraba en un patio lleno de niños como ella.

Allí todos jugaban y corrían de un lugar a otro, sin ninguna preocupación. Se dio cuenta de que todos incluso ella llevaban ropas ligeras y de colores claros, como las nubes que pintaba. Sin preocuparse de donde estarían sus padres ni porque allí no veía ningún adulto. Se levantó y se colocó el vestido bien, mientras, un niño se le acerco corriendo con una sonrisa esplendorosa y grande como el Sol, preguntándole.

- Hola, bienvenida, ¿Cómo te llamas?

- ¿Yo?, me llamo Yursa Abid, soy de Bagdad y me gusta mucho pintar. ¿Y tu?, ¿Como te llamas?

- A mi me gustaría algún día llegar a ser medico como mi padre, por eso leo y leo hasta cansarme… Aquí podemos hacer todo lo que queramos. Te gustará este sitio. Me llamo Vicente y soy de España. ¡Ven corre!, vamos a jugar con los demás.

. . .


“Dedicado a los privados de libertad,

que de un soplo les eliminaron sus sueños.”

por: Ego Valor.

25 febrero, 2008

Quiero salir de aquí, no lo soporto.

Gente gritándose en la calle, como perros furiosos disputándose una hembra para copular, jóvenes, sumisos, volcados en los estudios o los estudios volcados en ellos, abriéndose un hueco en la sociedad.

Madres cargadas de bolsas arrastrando a la fuerza a sus niños, niños dejándose arrastrar frenando con las piernas y con una mueca burlona en la cara. Padres caminando estresados por llegar a casa a y colgar la fachada de hombre adulto en el perchero.

Y en medio de todo este caldo circense, una mujer, ya anciana, sentada en un banco de madera, mirándome fijamente. O al menos hacia la ventana donde me encontraba observando todo este acto.

…QUIERO SALIR DE AQUÍ, NO LO SOPORTO…

Acababa de llegar a casa estaba completamente a oscuras, y acercándome a la ventana, único lugar donde a las cuatro de la tarde podía releer la carta que dejo en mi mesa, la que ella me envió al poco de marcharse, hará ya un año. Y aun me dolía recuperar aquellos escritos.

Parecía que en la casa se produjo un apagón, porque todo el edificio se encontraba a oscuras. Tanto mejor, para mí. De esta forma me difuminaría dentro de la habitación durante el resto de la tarde. Y de esta forma acabe tirado en esta butaca, observando la ciudad tamizada por el frio invierno.

Encaramado a este ojo translucido, observaba lo que la calle me traía bajo mi ventana. En la oscuridad de la habitación había encendido un cigarro y ahora estaba consumiéndose lentamente entre mis dedos, mientras el humo serpenteaba hacia arriba por mi brazo, hasta llegar a regar el techo con una gris y lenta lengua mortal.

…QUIERO SALIR DE AQUÍ, NO LO SOPORTO…

Parecía que el cielo anunciaba noche lluviosa y en la calle la gente correteaba como hormigas cargadas de migas de pan en bolsas del supermercado. Una sociedad dibujada en tonos tristes, como vista a través del caleidoscopio de mi cigarrillo.

Me acechaba un triste recuerdo en mi mente. Acerco mi cigarro ardiente a los labios y aspiro fuertemente. Se hace audible el crepitar del papel al arder junto al tabaco y veo como el aro de oro rojo avanza hacia mí, transformando el blanco papel en ceniza color muerte, haciendo lo mismo con mi recuerdo. Desvaneciendo así mi dolor y exhalándolo fuertemente contra el cristal de la ventana.

Me inclino hacia delante para observar el exterior. La mujer mayor aun sigue en el banco, sentada. Me fijo más detenidamente en ella, veo que sostiene un ramo de flores. Parece ser que espera a alguien. Aparta el puño de su abrigo para atender a la hora y nerviosamente mira a ambos lados de la calle sin dejar que enviar mensajes en Morse con la pierna. Su rostro denota cansamiento, se la ve un poco agotada, y da señales de arrepentimiento. Con honda tristeza.

Puede que esté esperando algo más que a una simple persona...un perdón, quizás. Armada con unas flores, ayudaran a acercar más su alma, al corazón de la persona querida. Como los remos de una barca en medio del desierto de arena, un viaje imposible.

Aun así, la mujer a pintado sus labios de un rojo vivo, en contraposición al viejo cuerpo ajado, pero en a juego con el brillo de esperanza que chirrían sus ojos. Pues denota una felicidad escondida en su mirada, como quien intenta ver belleza allá donde no existe.

La manera de vestir, delata un espíritu joven y corazón humilde, parece una jovencita, nada de lo visto en todas las personas de su edad. Sencilla y coqueta, como una pequeña ilustración de cuento para niños, Con un gusto especial por los tejidos y colores, agradables al tacto con solo mirarlos. Y seguramente, buena cuenta daría, si también pudiera olerla.

Aunque el cuerpo muestre signos de fatiga por la edad, su espíritu parece haber sobrevivido intacto, gracias a una mente siempre locuaz. Quizás se deba en gran medida por el anhelo de la persona esperada… quien sabe.

Mientras sin darme cuenta, el cigarro se ha consumido. Lo apago en el cenicero y me levanto, me dirijo al cuarto y a tientas consigo ponerme un jersey. Sin electricidad parece que nos limitamos a dos acciones, enseguida perdemos el norte y no podemos hacer nada, somos mamíferos inútiles. Me parece adivinar al invierno acostado en mi sofá, descalzo y leyendo la prensa mientras se ríe de mí.

Se me había quitado el hambre, después de releer la carta. Cogí un vaso de agua de la cocina y me puse a dar de beber a las plantas. Arduo trabajo, contando que éramos muchos los invertebrados que allí vivíamos.

Seguidamente me puse los auriculares del reproductor de música, me desperecé y me dejé caer nuevamente en el butacón. Esta tarde iba a hacer menos que de costumbre. Necesitaba ordenar mis pensamientos. No era demasiado tarde, serían las siete de la tarde, aunque fuera era ya de noche y el frío apretaba.

…QUIERO SALIR DE AQUÍ, NO LO SOPORTO MÁS…

Volví a mirar a la calle. Y allí seguía la anciana aun, parecía agotada por el entusiasmo maltrecho de horas de espera. De pronto, se llevo las manos a la cara en un gesto de desesperación. Se puso a llorar, los nervios vencieron a la persona.

Me sentí unido a aquella señora, parecíamos ir en el mismo barco. Ambos esperábamos a una persona.

Al rato se tranquilizó. Se irguió, con la cara completamente mojada por las lágrimas derramadas. Mostró una ligera sonrisa a la par que giraba la cabeza hacia un lado con la mirada puesta en el infinito. Una sonrisa de resignación, estar haciendo la tonta por una causa perdida, actos en vano. Por una persona que nunca sabrá que en estos momentos alguien llora por ella.

Apoyado contra el cristal, me sentía involucrado en el drama, su dolor lo hice mío. Hubiese bajado a sostenerle la mano y darle ánimos a aquella mujer. ¿Pero que podría decirle yo, a alguien que lleva más batallas que yo en esta vida?

La mujer, abrió su bolso y saco un pañuelo para secarse las lagrimas. Una vez acabado, saco un estuchito de la bolsa y se arreglo el semblante. Un poquito de maquillaje, pero poco, el justo para subrayar esa felicidad que escondían sus ojos, bajo estratos de soledad.

Guardando los pinceles en el estuche, se queda quieta mirándose en el espejito y sonriendo le pregunta a su reflejo…-¿quien eres?

Cierra la cajita y sin dejar de sonreír la guarda decididamente en su sitio. Ahora la veía diferente, parecía… feliz. Pero con una tristeza escondida en el fondo de sus ojos. Sería el nuevo disfraz con el que lograría acabar el día. Mañana por la mañana, al levantarse, se encontraría desnuda nuevamente ante el mundo.

Se levantó, coloco el bolso en su hombro y dejándome estupefacto, empezó a separar flores del ramillete y se dedico a enarbolarlas por los huecos del banco de madera. Como quien colorea el rostro de una muchacha colocando una flor en su cabello.

Flores que nunc cumplirían su misión… flores rotas. Ahora se encargarían de hacer feliz al banco, el cual nunca tuvo tanta belleza a su cargo, la madera parecía volver a encontrarse con una vieja amiga.

La mujer una vez acabado esto, desapareció poco a poco por la calle, con la esperanza de algún día, volver a su casa abrazada a un sueño, hecho realidad.

Después de esto, me volví a recostar pensando en lo que acababa de acontecer bajo mi ventana. Ahora mis penas parecían volar ligeras sobre mi cabeza, junto a la lengua de humo ya desaparecida. Me sentía con fuerzas de seguir luchando por aquello que queremos. Nunca nos rendiremos, nos aferraremos al sueño con garras, me decía a mi mismo.

Y como si de un regalo divino se tratase por aquel positivismo. Se hizo la luz, allí en mi comedor. Me levanté, encendí música de fondo y enchufé la calefacción. De esta forma el invierno me hizo un hueco en el sofá y mirándome curioso, me puse a escribir una contestación a aquella carta que esperaba en la mesa.

Aunque ella se encontrara ahora, lejos de mi. No me importaría esperarla, allí abajo, en el banco, como un niño cogido de la mano, de aquella mujer mayor.

…AGÚN DÍA SALDRÉ DE AQUÍ, PODRE SOPORTARLO.

. . .

por: Ego Valor.