26 marzo, 2008

¿Porque Quema La Tristeza?

Abajo, unas madres enterraban a su hijo calcinado. Un incendio en el bosque había arrasado gran parte de la vegetación y la mitad de las casas de madera del pueblo. El niño de tres años, se encontraba durmiendo en una de tantas.

Me habían encerrado en lo alto de una torre. Hubiese presenciado el entierro del niño, si no llevara este casco de madera, que me habían construido ex profeso. Siendo esta, prisión de ébano para mis ojos, incómodamente, impedía la vista de nada.

Siendo pequeño fui “bendecido” con la asombrosa cualidad de prender fuego a cualquier cosa con solo desearlo, naci con ello, poco a poco fue emanando. Al principio sin darme cuenta y luego controladamente para mis juegos. Claro que al principio las llamas no eran muy grandes, y mis victimas eran juguetes e insectos.

Desde la primera chispa que salió de mí, la gente del pueblo ya empezó a mirarme recelosamente e imaginándose lo peor.

Fue hace poco, al enamorarme por primera vez de una chica, a los dieciséis años. Hizo que las llamas de mi interior alcanzaran grados nunca visto. Mi fuego interior ardió como nunca.

Seguidamente después del amor, le siguió la tristeza, ella dejó de quererme, me dijo que ya no sentía nada especial por mi amor. Este hecho hizo mis llamas crecer sincronizado con mi ánimo menguante.

Con solo desearlo, podía hacer que ardiera cualquier objeto. Fijaba la vista atentamente mientras imaginaba como ardía, el objeto, sin más, desaparecía en una erupción de chispas seguidas de llamas letales.

Desde que me dejaste, Aurora, las llamas han crecido hasta un rojo carnoso, puro, casi negro, llamas de una viscosidad carnal. Salidas del mismo infierno, con autonomía propia. Un ser con un apetito irracional, asesino bestial. Alcanzaban ya sus ocho metros de muerte. Llamas de pubertad, avivadas con madera de huesos, jóvenes.

Si deseaba quemar mi venda de madera, mi cabeza haría lo propio. Los del pueblo no eran tontos.

Se originó el incendio en el bosque, y adivinad a quien le echaron las culpas. Yo sin ganas de nada, ni siquiera les impedí que me llevaran a este exilio. Claramente yo no había sido. Aunque no estaba aseguro ya de nada. Maldiciendo mi mala suerte, había deseado tantas veces que todo despareciera, que se abrieran las puertas del infierno y arrasaran las llamas con todo aquello, quizás indirectamente lo hubiese provocado. El cansancio me hizo dejarme llevar por los comentarios del pueblo y ya no sabía que pensar de mi.

No iba a defenderme. Si la gente quería seguir su estupidez, no los detendría. Ni siquiera preguntaron, tampoco se pusieron a investigar. Mis padres cansados de mi, aunaron fuerzas por apartarme de delante de ellos. Les suponía un amolestia, no aportaba nada a la casa. Y no les gustaba que por mi culpa ellos se vieran arrastrados a las malas miradas.

Era comprensible, cuando se tiene miedo de algo, vale la pena esconderlo, apartarlo de la vista. Si no lo ves, el problema desaparece, es algo que los humanos hemos aprendido.

Yo, tenía otros planes para conmigo.

Pasando los meses, mi cuerpo minado, marcaba el lapso del tiempo, la comida que me traían, se pudría virgen en algún rincón y se hacía notar en el ambiente.

Decidí fugarme de allí, mis detractores, mis jueces, todo el pueblo pensaba que aquello era seguro. Pero la única seguridad de aquella celda era mi indiferencia por escapar. Llegado el momento salí y pise tierra firme. Ya me había decidido, mi mente ya no aguantaba más.

Eran fiestas en el pueblo, y supuse que sería un buen día para algo de calor.

El casco se había convertido en parte de mí. Como un sexto sentido, había crecido en mi una seguridad y movilidad envidiable. Podía moverme con tranquilidad por el pueblo, lo conocía de memoria. Por allí entre los disfraces pude moverme sin ser visto. La gente estaba muy bebida para darse cuenta y los niños me habían olvidado, de echo alguno hubo que quiso sumarme en sus juegos.

Recordaba esas fiestas, de pequeñito, cuando mis amigos y yo jugábamos por las calles con cohetes sacándole buen partido a mi cualidad. Hacíamos coreografías lanzando aquellos proyectiles de mil formas diferentes o asustando a los curiosos que por allí se acercaban.

Todos bailaban ahora, al ritmo de la orquesta, en la plaza mayor, junto al ayuntamiento. Colores, música, risas y un plan en mi cabeza.

Sin que nadie se diera cuenta, me coloque delante de la orquesta y me convertí en la columna de fuego más hermosa que nunca nadie podría esculpir jamás.

Si había sido o no el creador del fuego del bosque, ya tenía poca importancia.

Es difícil hacerse adulto.

Para mí, todo pasaba por aguantar el amor doloroso dentro. Esas fueron las llamas que de verdad me mataron. Las que tú originaste, nadie vería ese cualidad tuya. Nadie vería tu gran poder.

Por fin todos descansarían en paz. Me había apartado de en medio. Mi desdicha no fue nacer con este poder, sino conocer la tristeza que me abrasó por dentro.

Todo el mundo se quedó mudo mirándome, perplejos, nadie vino a ayudarme. Al quemarse mi casco, hundido en las llamas, el dolor no me impidió ver vuestras caras de estupor por última vez, pero no fue esto lo ultimo que mis privilegiados ojos dejarían de ver, fue el horizonte, detrás vuestro, mucho más hermoso que la complicidad humana.

Despidiéndose con su expansivo y redentor azul, como el mar.

. . .

Por: Ego Valor.

16 marzo, 2008

Casas De Paz Salvaje

Un prado verde, mecido por vientos traviesos, arremolinándose por las hojas y deslizándose por la fina hierba, dejando paso a la primavera. Empezaba el día, el sol en lo alto y el viento fresco de la mañana entraba raudo por la ventana limpiando la cara de ensueño de cada rincón de la mansión vieja y abandonada.

Bueno, abandonada…, ahora ya no. Aquí vivíamos yo y cientos de animales e insectos y plantas. En perfecta armonía. Hacíamos vida entre aquellas viejas paredes, Como antaño hiciera Noé.

Allí entraban y salían siempre que quisieran. Eran libres. Aquella antigua casa, había dejado su apellido humano, para pertenecer a la naturaleza, ahora sería familia de las rocas, las madrigueras, sería una más entre el grupo de pinos, como un rio, formaría ya parte del paisaje.

Desde fuera se veía como una moqueta de plantas de colores y hierbas, la habían recubierto casi por completo. Permanecía en el tierno abrazo de la naturaleza desde hacía más de 200 o 300 años.

Era temprano, yo asomado por la ventana, llenaba mis pulmones de aire, aspirando profundamente el puro aliento de aromas infinitos procedentes del bosque.

Bajo, en el jardín, ubicado enfrente de la puerta de entrada, se encontraban almorzando los unicornios, creemos que los primeros en habitar este fantastico inmueble. Bajaban sus largos cuellos para recoger la paja y deliciosas manzanas que les había dejado la noche anterior, seguidamente, subían sus cabezas masticando la dulce mezcla, mientras seguían con la mirada, el corretear juguetón, de la recién llegada cría de unicornio. Descubriendo esta, la libertad que le proporcionaban sus cuatro patas y una juventud envidiable.

La puerta de la entrada siempre estaba abierta. De hecho, no existía puerta alguna. Era como la entrada natural a una cueva, abierta a quien quisiera entrar a resguardarse en aquel acogedor recinto.

Allí entraban y salían todo tipo de animales. Recientemente habían venido unos lobos en busca de un refugio en el que dar a luz a sus crías.

Las ardillas habían construido sus nichos en la ajada madera y correteaban a su antojo arriba y abajo de la casa por galerías creadas para la ocasión, Recogiendo bellotas que caían dentro de casa, pues estaba llena de agujeros.

De las tantas ramas de arboles que entraban dentro de casa o que habían crecido allí dentro, se acicalaban y cantaban al unísono todo tipo de aves. Llenando el vacio de la casa con hermosos himnos traídos migratoriamente de todo el mundo.

Los conejos y sus naricitas sin descanso, olisqueaban por los innumerables rincones.

Gatos salvajes o abandonados, rellenaban huecos con sus siempre contaminantes largas siestas. Vividores de la noche, mantenían vigilada la casa cuando desaparecía el sol.

En la planta de arriba, varios búhos daban consejos en el inservible cuarto de baño.

Los ciervos paseando por fuera la mansión parecían saludar a los jabalíes, que asustados, habían montado su guarida bajo la escalera de la puerta trasera, entre el lavadero de piedra y los hilos de tender, donde la orquesta de mil silbiditos cantaba los buenos días cada mañana.
Bajé hasta la entrada de la casa y salí a fuera. Sentía como la estación de las flores se instalaba en cada átomo. Mientras el sol barnizaba de brillos todas las superficies. Y enriquecía a todo ser viviente bueno o malo, sin preferencias.

Me posé en mi roca preferida donde tomaba el sol y contemplaba el monumento social fáunico en que se había convertido la casa.

Me hizo gracia el darme cuenta, de que dos ratoncillos despreocupados se acercaban a mi posición en la piedra. Al darse cuenta de mi presencia frenan su paso airado y olisquean en mi dirección, al percatarse de quien soy salen corriendo despavoridos.

Seguí echado al sol, un rato más y al desmarañarme del sueño matinal. Me levanté satisfecho y cogí mis herramientas con dirección a recoger alimentos.

La gran parte del día estuve recogiendo tomates, berenjenas y alguna que otra calabaza. También me entretuve cavando la tierra para plantar las alcachofas que ya había llegado su turno.

El calor apretaba, así el botijo con fuerza y lo alce en el aire. Estaba muy lleno y al desbordar mi boca llena de cristalina y fresca agua, me mojé toda la ropa, refrescando aun más si cabe mi cuerpo. Me encantaba todo aquello, sequé mi boca con el ante brazo. Y seguí trabando, sudando por un trabajo noble y con inmediata recompensa.

Pasé el día trabajando el campo.

Empezaba a oscurecer y acabé recolectando las manzanas que, colgando de la rama me repetían, que era el momento de dejar el árbol. Me encaminé hacia el merecido descanso y un plato de comida en la vieja casa salvaje.

Los unicornios en la entrada me miraban complacientemente, y yo con la cabeza los saludé. Al entrar en la cocina y dejar la comida en la mesa, algunos pajarillos que aun no se habían ido a dormir y alguna que otra gallina trasnochadora se acercaron curiosos a ver lo que traía.
Ya era de noche y muchos allí ya habían cenado, la mayoría cenaba temprano. En cambio otros animales volvían de pasarse toda la jornada trabajando trayendo la comida para la familia.

Yo di buena cuenta de mi cena y con el estomago lleno, salí al jardín. A relajarme en mi piedra. Mientras que contemplaba el desfile de constelaciones y escuchaba la juerga que llevaban los grillos allí fuera.

Hacia una temperatura exquisita, el cálido ambiente invitaba a dormir a la intemperie.
Casi era la media noche, y de pronto cinco unicornios se acercaron donde yo me encontraba, el resto de potros se quedó disfrutando la noche desde sus camas.

Sus cuernos de pronto se iluminaron y empezaron a producir una melodía encantadora. Un sonido parecido a flautas dulces y ocarinas, mezclado con cantos de ballenas propagándose por el mar. Los cuernos iluminaban la noche y la casa vieja con colores suaves y agradables, una especie de iluminación hechizante.

Estupefacto y con alegría creciente, contemplaba lo que deduje como una especie de agradecimiento por una apacible convivencia reciproca.

Y como flotando dentro de este arcaico concierto, apareciste, al fin, caminando por el camino hacia la casa.

La larga espera había acabado.

Sin dejar de sonar la orquesta. Me lancé corriendo a abrazarte.

Tu abrazo era mucho más cálido que mil primaveras juntas. Y sin decirnos palabra alguna, cogidos de la mano sin dejar de mirarnos a los ojos, echamos a correr alejándonos de la casa, por todo aquel basto campo lleno de vida.

Me despedí con mucha alegría de los unicornios y de la vieja mansión que tanto tiempo me habían mecido en su compañía y habían sabido comprenderme. Seguimos corriendo hacia delante, ya nunca volveríamos a mirar atrás. Corriendo a toda prisa.

Seguíamos avanzando a toda prisa, el viento dándonos en la cara fuertemente y nosotros abriéndonos paso a través de él. Nuestras piernas habían desaparecido, pero seguíamos avanzando cada vez más rápido, podíamos ver la velocidad en la hierba al pasar a un metro del suelo. Cuando de repente, con fuerza en los brazos, alzamos el vuelo los dos juntos, cuando atravesamos una nube de plumas que se formo a nuestro alrededor, cuando nos transformamos en águilas. Surcando el cielo. Creando nuestro propio camino.

Y el viento travieso que por la mañana me había despertado, me miraba medio dormido desde su cama, con un ojo abierto y una sonrisa cómplice bajo la sabana. Mañana le tocaría volver a despertar a los animales de la gran mansión, que ya quedaba lejos, allí resguardando a los hijos de la naturaleza.

Llena de vida, rebosante de paz.

. . .


Por: Ego Valor

09 marzo, 2008

Amor Insano En Tres Actos.


ACTO I / VISIONES DE UN DRAMA.

· Encontrarte en la calle marcaría nuestras vidas.

· Entramos en tu territorio como espías.

· Todos a los que preguntábamos te señalaban como su dios incondicional.

· En lo alto te vimos. Postrada en un trono de brillos plásticos y cubos de metal.

· Vestías harapos y ropas viejas raídas por las ratas. En tu salvajismo eras la mejor.

· Basura y porquería por doquier.

· Tus súbditos, viejos animales, carroñeros con barba y visiones, seres mamando de una teta-brick.

· Los perros se inclinan por ti a tu paso.

· Y otras veces eras tu la que te inclinabas, hasta ponerte al nivel de su mirada. Para comer junto a ellos.

· La bazofia que traían.

· Al vernos, no hiciste ningún ademan de aprecio, ni reconocimiento en pos de tu especie.

· Tú no tenías especie. Eras única.

· Tu único grupo eran quien carecía de gozos, espiritualidad y porvenir.

· No reconociste en nuestra mirada quien pretendía, inútilmente, ser tu salvador.

· No reconociste en nuestra mirada quien pretendía traerte lujos y comodidad.

· Te cogimos y levantamos, quisimos ayudarte.

· Tú, asustada, te pusiste en guardia.

· Con la melodía de tus uñas, marcando pentagramas en nuestra piel.

· Conseguimos sacarte. Y agotada por el forcejeo. Al salir de tus dominios.

· Caíste paralizada por el miedo hacia lo desconocido.

· El consenso de gatos, que se reunieron para tomar una decisión sobre ti. Acabaron sus tazas y encendieron puros, optaron por su individualidad y marcharon en busca de otras reinas de las que aprovecharse.

· Te abandonaron.

· Hechizaste a mi hermano, le hiciste firmar una condena, con sangre sobre la tierra que pisara hasta su muerte.

· Él firmo sin mirar. Y yo que si le miraba, no vi a mi hermano en él.

· Ese día lo perdí. Solo tú saldrías ganando.

· Las ratas, las alimañas y algún vagabundo que entonces te aplaudían, ahora se escondían cobardemente bajo sus mascaras de periódicos.

· Mi hermano vio en ti, la mariposa escurridiza.

· Esa pieza clave en una colección de cincuenta años.

· Decía que tus ojos, centelleantes oleadas de nácar modelaban figuras imposibles que hablaban tan bien de ti.

· Intentando ayudarte, buscando el bien tuyo, no nos dábamos cuenta que solo satisfacíamos nuestro bien.

· Actuamos egoístamente.

· Conseguimos exiliarte del reino.

· Caniches, Chihuahuas, maltrechos sabuesos y todos tus objetos robados, te fotografiaron para sus calendarios.

· Mientras se reían malvadamente bajo su piel, risa de huesos viejos.

· Sacos de piel y dolores.

· Locura del hambre.

· Las horas muertas y las sombras que abrazan al solitario, llorarán tu pálido cariño por ellas.

· Niña salvaje, del amor nunca presa.



ACTO II / TACTO DE UN DRAMA.

· En la calidez de nuestra casa te erigiste siempre extranjera.

· Cambiamos el gris de tu cuerpo por ropas decentes.

· Mi hermano estaba fuera de sí.

· Verte por allí le hacía dichoso, eras su luz.

· Como quien caza un ciervo como trofeo.

· Nuestro ciervo descifraba la tele y comía a la mesa con nosotros.

· Cuando no te encontrábamos por la noche comiendo del suelo y del cubo de los desechos

· Pero él dejó de tener vida propia.

· Pasaste a ocupar sus vasos sanguíneos, ¿notabas su sangre caliente como te abrazaba?

· Serías su hígado y filtrarías sus penas y dolores.

· Las dos del medio día, mitocondrias insuflándole más energía que robar.

· Por la noche, después de cenar, eras el acido que descompone.

· Eras el único reflejo de sus ojos.

· Antes solo vestías, hilos tímidamente enteros, con dificultad tejían una matriz, mal nacida tela con derecho a aromas abolidos.

· Dueña y ama del castillo del tercer piso, puerta B.

· Nunca oímos de tu boca salir silaba alguna, ni verbo conjugado.

· Nada.

· Nada que no fuese un gruñido.

· Mi hermano te dio su salud, sin recibir un "gracias" o al menos un "nunca lo deseé".

· Su egoísmo fue algo de gesta.

· Aunque sin recompensa, eso también es digno de admirar.

· Fue una empresa fallida.

· Con un final predecible.

· Enterrado vivo, quiso pulir un imperio para ti.

· Un día, perplejos, encontramos huesos de pajarillo enterrados en una maceta.

· Eso entristeció a mi hermano, nada habías cambiado.

· De nuestro mundo te trajimos cultura y educación.

· Del tuyo solo encontramos indiferencia.

· Pusimos en tus manos herramientas para con nuestra civilización.

· La misma que siempre te miró desde arriba sin doblar su rostro.

· Queríamos que te defendieras con sus mismas armas.

· Nunca nos fijamos que ya tenías forjadas las tuyas propias.

· Amar sin ser respondido.

· Es preferible pasear terremotos con correa.

· Niña salvaje, del amor nunca presa.


ACTO III / HIMNOS DE UN DRAMA.

· Una mañana mientras trabajaba, tuve un mal presentimiento.

· Certificado, al encontrarme la puerta de la casa de mi hermano abierta.

· Y es que los restos de mi hermano yacían en el suelo del comedor.

· Claramente allí no estabas tú.

· Habías huido.

· Las manchas de sangre por todas partes, hablaban de ti.

· De allí saliste con la delicadeza de siete leones hambrientos.

· Por mi amor hacia él, intenté siempre ayudarle en su afán por tenerte.

· Pero mira que has hecho.

· Mi hermano eran cinco trozos de carne.

· Mis miembros querían dividirse y acompañarle en el suelo.

· Me di cuenta que faltaba su identidad.

· Su cráneo.

· Podía imaginarte, corriendo por las calles.

· Escondiéndote por las sombras.

· El cráneo de mi hermano de collar.

· Golpeando tú pecho a cada zancada.

· Un trofeo.

· De vuelta a tu reino.

· ¿Quién te trajo al mundo?

· ¿Qué te hicieron de niña?

· Estoy seguro, que ahora descansan en aquellas bolsas.

· Las de tu trono.

· Te ofreció un horizonte abarcable, cielo y constelaciones.

· Tú cogiste su humanidad y pintaste el suelo y paredes con ella.

· Ahora él está, justo donde quería.

· A tu lado, junto a ti.

· Astuta caníbal.

· Niña salvaje, del amor nunca presa.

· Y mis lágrimas derramándose.

· Por el patético final.

· Puedo imaginarte, asesinándolo.

· Ensimismado en sus tareas, con la tranquilidad de no imaginarse este trágico final.

· Tu, comiendo de su cuerpo.

· Ojos desorbitados, estado de trance orgiástico.

· Disfrutando anhelante bocado.

· Manchada con la sangre de tu purificador.

· Ahora es él quien forma parte de tus órganos.

· De tu cuerpo.

· De ti.

· Sin fuerzas de seguir con mi identidad.

· Sopesando una vida futura sin él.

· Cogí un cuchillo del cajón.

· Y una fotografía.

· Cerré mi vida de ser humano.

· Huí al anonimato.

· Y abrí una nueva puerta.

· Ahora sería uno más de los de tu grupo.

· Subiría lentamente los escalones jerárquicos.

· Hasta acercarme a ti.

· Y vengar su muerte.

· Sellé la puerta de su casa para siempre.

· Al cerrar los ojos, sin esfuerzo, te divisaba.

· Dominándolo todo desde la oscuridad de esta sociedad.

· Nadie buscaría en los más bajo.

· Allí sentada.

· En tu trono de huesos, plástico y cartón.

· Rodeada de tus criaturas.

· Coronada.

· Celebrando tú regreso.

· Bandas de música, desfiles de bestias, banquetes de muerte.

· Larga vida a la reina del subsuelo.

· Hija de la miseria.

· Avanzada criminal.

· Niña.

· Salvaje.

· Del amor.

· . . .

· Nunca presa.

.

Por: Ego Valor.

03 marzo, 2008

Sangre Azul, Nubes Rojas.

Sentimos que vivimos porque padecemos, sentimos que vivimos porque reímos, sentimos que vivimos porque cuando nos hieren, de la herida sale sangre y nos duele.

Derramar sangre es símbolo de vida y de muerte al mismo tiempo. Ver la sangre correr, gotear por nuestra piel, sentir su calidez al salir y su enfriamiento repentino, eso nos asusta. Hay quien se desmaya al ver la mínima gota de ella. Y quienes han hecho de la sangre literatura, trasladándola a mundos románticos.

Yo hace tiempo que no veo la mía. Salvo cuando en vez del barbero, el que me afeita es un samurái.

Tenía un amigo, de pequeño, cuando tendríamos unos diez u onze años. Que me decía que la sangre era de color azul (no era príncipe, os lo aseguro) en vez de roja. Se lo había dicho su padre. Comentaba que la sangre dentro del organismo era azulada y una vez en contacto con el exterior se oxidaba y se volvía roja. Según él, las venas eran transparentes, incoloras, y por eso vemos las venas azules a través de la piel, y cuando se acumula sangre en nuestro interior y nos sale un hematoma.

Y yo me preguntaba, ¿Por qué se les llaman glóbulos rojos, si no son rojos? Llegue a la conclusión, de que su padre, o bien era un ignorante y nunca había ido a clases de naturales, o bien solo se inventaba las cosas para que mi amigo callase y no incordiara detrás de él haciéndole preguntas.

Mi amigo se llamaba Vicente, iba casi todos los fines de semana a estudiar a la biblioteca. Era uno de esos empollones que todos hemos tenido alguna vez en clase. Los que lloran a moco tendido si su nota baja de ocho y medio. Cosa que tampoco entendía, siempre me conformé con sacar un cinco de nota. ¿Por qué nunca mostré más interés?, ¿Por qué siempre me conformé con lo justo?, ¿Para repartir mi energía entre más actividades? Es por esto, que durante mi vida he empezado mil tareas que he dejado a mitad. Inacabadas. ¿Sera por eso que nunca me he dedicado por entero a algo?

Pensamientos a parte, un buen día, muy lluvioso, pero buen día al fin y al cabo. Vicente se dirigía como era costumbre a la biblioteca a estudiar (era viernes por la tarde, teníamos examen el lunes). Una forma como cual quiera otra de minar la infancia de un niño. Y fue al cruzar la calle, cuando el conductor de un coche, se saltó un semáforo por llevar exceso de velocidad y ayudado por la lluvia, dio contra el coche que le tocaba pasar, según un juego de colores entre rojo y verde. El cual desafortunadamente llevo a atropellar a mi amigo. El golpe fue brutal y la muerte instantánea.

Fue tan repentina, que el niño, no le dio tiempo de saber, cuanta verdad había en las palabras de su padre. Después de esto, su padre hubiera querido, que realmente la sangre que brotó de su hijo fuese de un azul esperanza. Que el coche hubiese sido transparente y no sus queridas venas y que su hijo hubiese estado molestándole a preguntas hasta hacerse viejos los dos.

Pero el rojo, de una tonalidad sueños truncados, empezó a colorear toda la carretera, la lluvia extendía la mancha. Como si se tratara de la aguada de una acuarela. Era una enorme mancha.

Grande, como una gigantesca nube. Yusra Abid intentaba dibujar la nube, tan grande como el continente asiático. Espesa y radiactiva nube creada por la explosión de una bomba atómica. Yusra tenía siete años y en el año 2.088 era muy normal ver esta clase de nubes por la televisión.

Desde hacia casi un año se había convertido casi en una obsesión, desde que vio la primera, en un documental en blanco y negro, que estaba viendo su padre. De alguna forma se le había quedado grabada en la memoria. No paraba de representar la nube que dejan las bombas después de su explosión. Cogía las acuarelas y las coloreaba de un rojo pálido, nubes grandiosamente grandes, ese tipo de setas aéreas que solo crecen bajo un tipo de bombas muy venenosas.

Yusra no tenía demasiadas amigas, pero tenía a sus pinceles. Tan solo alguna compañera de clase, era un poco tímida y eso no le ayudó en la popularidad. Pero es que cuando salía del colegio prefería la compañía de las manchas y colores.

Un viernes, por la mañana fue con su padre al mercado de animales, a ver los pájaros, a ver si de esta forma encontraba otra inspiración la pequeña. Mientras su madre estaba arreglando la casa, entró a la habitación de la niña; le extrañó ver que la joven había colgado encima del cabezal de su cama una lamina con una de sus nubes pintada. ¿Porque había escogido precisamente esa lamina de entre casi una centena?, ¿Sería esta la que mejor representaba lo que ella quería expresar?

Encima de la cama, ...coronando sus sueños. ¿Sería que Yursa veía belleza en aquel acto atroz? Transformaba un símbolo de total destrucción, erradicador de vida total, en una nube casi sonrosada. O quizás tan solo se deleitaba extendiendo el pigmento sobre la hoja, por el simple gozo de pasar el pincel sobre el papel y ver como el color se va extendiendo. Esa extraña sensación que de niños a todos nos cautiva en algún momento y nos encontramos cara a cara con el placer de crear algo nuestro.

Su madre se volvió hacia la ventana del cuarto y se quedo embobada mirando la lluvia caer. Miraba como toda aquella agua limpiaba la ciudad y cambiaba el color de todo lo que mojaba. El olor de tierra mojada también es algo que nos atrae a todos tanto como la acuarela.

Aunque las nubes grises parecían anunciar con tristeza a la madre de la joven pintora, que precisamente hoy ocurriría una de esas tragedias tan cotidianas e inesperadas...

. . .

. . .

De pronto Yursa despertó, se encontraba un poco aturdida, como si hubiese hecho un viaje muy largo. Cuando dejó de cegarle la luz, pudo abrir los ojos y ver que se encontraba en un patio lleno de niños como ella.

Allí todos jugaban y corrían de un lugar a otro, sin ninguna preocupación. Se dio cuenta de que todos incluso ella llevaban ropas ligeras y de colores claros, como las nubes que pintaba. Sin preocuparse de donde estarían sus padres ni porque allí no veía ningún adulto. Se levantó y se colocó el vestido bien, mientras, un niño se le acerco corriendo con una sonrisa esplendorosa y grande como el Sol, preguntándole.

- Hola, bienvenida, ¿Cómo te llamas?

- ¿Yo?, me llamo Yursa Abid, soy de Bagdad y me gusta mucho pintar. ¿Y tu?, ¿Como te llamas?

- A mi me gustaría algún día llegar a ser medico como mi padre, por eso leo y leo hasta cansarme… Aquí podemos hacer todo lo que queramos. Te gustará este sitio. Me llamo Vicente y soy de España. ¡Ven corre!, vamos a jugar con los demás.

. . .


“Dedicado a los privados de libertad,

que de un soplo les eliminaron sus sueños.”

por: Ego Valor.