07 octubre, 2010

Los mensajes del contestador / Tacto de piedra.

Serví bien a mi país en la batalla
mil cuatrocientos días de lucha y muerte
después de acabar con todos nuestros enemigos
era el momento del descanso
al llegar a la ciudad destruimos nuestras armas
y nuestra ropa manchada de sangre
saludábamos a nuestros familiares y amigos por ultima vez
y después pasamos a la sala del silencio
allí te quemaban la vista
perforaban tus tímpanos
y cortaban tu lengua
de esta manera el arte de la guerra se perdería por siempre
una vez acabado el periodo de curación de nuestras extirpaciones
nos llevarían a una residencia
donde viviríamos plácidamente hasta el fin de nuestros días
existía una terapia con gatos para tranquilizar nuestra alma
y desarrollar los sentidos que nos dejaron
aunque gran parte del mundo se nos negaba
descubrimos una forma de amar más cercana a la tierra
que la creada por los humanos
el exceso de sentidos nos ciega el corazón.

Por Diego Valor.

05 octubre, 2010

Los mensajes del contestador / El cumpleaños.

Celebraban el quinto cumpleaños de Bruno.
Su madre, su padre y él.
Cuando acabó de comer, salio al patio trasero dejando a sus padres acabar sus postres.
Vivían en una casita en medio del campo, cerca del bosque.
Empezó a jugar con su pelota nueva.
En un mal lanzamiento fue a parar cerca del árbol en los limites del patio.
Al acercarse a él, vio el cuerpo despellejado de un conejito blanco.
Algo vio brillar en sus ojos, que le acaparó toda la atención, olvidando el juego.
Lo que vio dentro de ellos fue decisivo y brutal.
Cogió la piel del animal y se vistió con ella y desaparecio entre los arbustos.
Cinco años fueron suficientes.
Ya nunca nadie lo volvió a ver.
Sus padres dentro de la casa miraban la tele mientras esperaban que se atemperara el café.


Por Diego Valor.

04 octubre, 2010

Los mensajes del contestador / Sinfín.

La semana pasada salí de mi casa para ir al parque a leer.

Cuando cruzaba la calle un coche que no vi venir, me atravesó por completo, sin causarme ningún daño.

El coche perdió el control y acabo estrellado contra la esquina del cruce, muriendo el conductor en el acto.

Nadie vio nada, hasta que escucharon el violento impacto contra el muro.

Volví a casa y me metí en la cama.

Sigo haciendo mi vida normal como siempre.

Y vivo con el temor de que pasará el día que muera.


Por: Diego Valor.

31 agosto, 2008

Lavadora Galactica (Miedo y asco en Barcelona)

¡Por fin lo hemos conseguido! Salimos de casa.

Los cuatro acabábamos de llegar a Barcelona, con las ilusiones metidas dentro de nuestras mochilas, junto con el miedo y la curiosidad por empezar una nueva vida.

Teníamos ganas de que nos pasasen experiencias nuevas. Algo que pudiéramos recordar dentro de unos años. Cuando nuestros destinos fueran otros, ya alejados de los días que pasamos juntos.

Llegamos jueves y al jueves siguiente ya teníamos un techo donde resguardarse. Seguidamente cuando aun no habíamos ni sacado la ropa, ni las ilusiones de la mochila… Se me ofreció un trabajo en Massimo Dutti. Yo ilusionado y los miedos rebajados al mínimo.

Mi hermano me recalca…”Ya te lo dije…” “…no hay de que preocuparse, al final todo acaba por arreglarse”.

Bufff…que gustazo. Asentados y con recursos, un sueño hecho realidad. Salgo del cuarto con sonrisa en la cara y observo a mi alrededor. Encuentro a Javi conectando la consola para divertirse los cuatro. Pasti preparándose el ordenador para sus largas jornadas matinales de dibujo. Y Jorge instalando su cama en el interior de un cajón de sueños. Construyendo su cabina onírica donde liberar su cuerpo y viajar a otros mundos.

Soy feliz viendo lo que puede dar de si este añito.

Hoy, viernes, segundo día en el piso. La mañana trae mucha luz por la ventana del cuarto. Me hace sentir bien, con ganas de hacer cosas. Aunque no e dormido mal en mi nueva cama, a mitad noche un molesto zumbido a interrumpido mi duermevela.

Como un siseo, como alas de abejas rozando entre sí.

Curioso al levantarme de la cama decidí, mirar bajo de ella, para averiguar de que podría tratarse. La oscuridad no me dejaba ver, lo que allí zumbaba. Me incorpore y trate de levantar la cama entera para ver bien. Y para mi sorpresa, lo que encuentro bajo de mi cama es un oscuro y oscilante agujero negro. Una masa oscura con un anillo rotativo en su perímetro.

Asombrado llamo a los chicos para que vean esta curiosidad que no incluía nuestro contrato del piso. Cuando llegan presurosos alarmados por mis enérgicos griteríos. Los cuatro nos quedamos hipnotizados viendo aquella lavadora galáctica.

AAALAAAAA!!!! Gritamos al unísono.

¡Que cabrón! Diego siempre te toca el mejor cuarto –Dice uno de mis compañeros.

Al Diego siempre le pasan las cosas mas raras, no se como te las apañas –Replica entre risas mi hermano.

Y dispuestos a probar cosas nuevas como , como lema iniciático de nuestra aventura. Casi sin proponerlo, vamos uno a uno lanzándonos de cabeza dentro del agujero negro, engulléndonos a los cuatro.

INSENSATOS!!! Pensareis más de uno… Pues sí. ¿Y no lo es también, el dejárselo todo detrás y venirse a Barcelona en busca de no sabemos que, pagando ganas y todo?

El piso, se lleno de un silencio atroz. Desaparecieron las risas y las bromas y la nada se adueño del espacio.

Recuerdo, que de pronto, poco a poco, muy lentamente. Ante mi aparecía la imagen del comedor. Estaba como abriendo los “ojos”. Una sensación de resaca rara. Me dolía todo el “cuerpo”. Como si acabaran de enhebrar mi cuerpo por una aguja. ¿Sera esta sensación la que tienen los bebes al nacer?

Como decía antes, veía el comedor de nuestro piso. Aunque desde un punto de vista distinto. Tenía delante de mi el sillón y en una altura inusual, por encima de horizonte.

Miraba a mí alrededor, veía las botellas de cerveza que teníamos encima de la televisión. Y sentía las presencias de mis compañeros provenir de ellas, sentía la presencia de Jorge venir de dentro de Doraemon. Empecé a asustarme. Percibía oír la voz angustiada de Jorge, que quizás se despertó antes que yo y llevaba tiempo siendo consciente de nuestra nueva posición en este mundo.

Y es que parecía, que de alguna forma al entrar en el agujero negro, habíamos sido transmutados en otro tipo de materia, pero conservando nuestra conciencia.

Al rato, conseguimos calmarnos todos, diciéndonos que algo se nos ocurriría, que seriamos capaces de salir de esta. Aunque poco nos duro la calma. Escuchamos el ruido de abrirse y cerrarse la puerta de la entrada, alguien había entrado en el piso, ¿quien podría ser?. Nadie tiene llaves, quizás,¿ Carmen, la dueña? De nuevo un zumbido ensordecedor de alas y golpes contra el techo. Y de golpe irrumpieron en el comedor cuatro mosacas enormes, como vacas y se posaron en nuestro sillón y alguna apegada en la pared. Moviendose a espavientos, con movimientos cortos y rapidos. Cuatro moscas peludas viviendo donde nosotros!!

Horrorizados, gritamos de pavor los cuatro, tres botellas de cerveza y Doraemon juntos en un mismo y espeluznante grito de miedo y asco en Barcelona.

Los nuevos inquilinos no parecían percatarse de nosotros o simplemente pasaban de notros como de comer mierda… bueno, si que la comían.

De esta forma fueron pasando los días. Veíamos como aquellos seres habían ocupado nuestra casa y nuestras vidas. Pues cada mosca dormía en un cuarto. Dos de ellas habían cogido la costumbre de jugar partidos al PES en la consola. Otra tenía la costumbre de despertarse y levantarse por la mañana antes que las otras tres. Y la cuarta solía ponerse delante del ordenador de Pasti mirando la pantalla y la tableta de dibujo sucesivamente, intentando averiguar para que servía aquellos instrumentos.

Nunca debimos arriesgar tanto, aquel agujero negro cambio nuestra vida para siempre. Ahora sabíamos que nunca volveríamos a ver a nuestras queridas y añoradas madres. Soñábamos con la probabilidad de que algún día alguien nos reciclara y visitaremos el mundo seccionados en miles de trocitos y que a Doraemon lo regalaran a Caritas y fuera pasando de dueños el resto de su vida.

Aquellos horribles insectos, lograron utilizar el messenger y postear en blogs. Emularon nuestras voces. Y al cabo de poco tiempo consiguieron que nos visitaran nuestros amigos.

Estuvieron en el piso unos días, las moscas adquirieron el poder de la mimesis total, realmente éramos nosotros en carne y huesos. Una copia perfecta. Salvo que cuando nadie los miraba a escondidas chupaban azucarillos. Nosotros al segundo día de llamar la atención de nuestros amigos y ver que no surtía ningún efecto, desistimos y tratamos de reírnos con ellos y mirarlos con añoranza.

Absolutamente nadie se percato de que habían sido recibidos amablemente por cuatro repelentes moscas. Mejor para ellos.

Y de esta forma vimos pasar las semanas. Las moscas seguían acumulando cervezas a nuestro alrededor para regodearse de nuestra mala suerte. Cuando no tenían visita que era la mayoría del tiempo, tomaban su forma original, con la que más agusto se sentían. Y no paraban de hacer guarradas como su naturaleza les manda. Se pasaban todo el día chupando un extraño néctar dulzón que las volvía locas y montándose unas encima de otras para copular sobre nuestro sillón o encima de la mesa. Mientras las otras con su mirada perdida frotábanse las patitas en símbolo de que todo marchaba bien, justo como estaba planeado. Habían conseguido echarnos fuera de juego y no me extrañaría que su próximo movimiento fuera conquistar el mundo.

Y es de esta forma como de momento seguimos nuestra aventura en Barcelona. Esperando que la suerte nos saque de aquí. En otra ocasión os contare como con forma de botella y sin poder moverme, he sido capaz de escribir esta especie de diario que ahora leéis, pero eso….es otra historia.

. . .


Por: Ego Valor.

15 abril, 2008

Me Decidí A Decidir.

Un buen día, mi madre compró peces de colores para casa.

Dentro de su cristal, dando vueltas, no parecían ir nunca a ningún sitio.

Mi mamá me dijo, que nada malo les profesara.

Una mañana automáticamente mi mamá fue al trabajo.

Y yo, imitando a un enfermo, me quedé en casa sin ir a clase.

Al no estar ella presente.

Cogí una bolsa transparente, que llené de agua e introduje a los tres peces de colores.

Salí a la calle en dirección al centro comercial.

Pretendía divertirme y una vez llegué.

Metí la mano en la bolsa y sacando al pez rojo de ella.

Lo deje caer al suelo con resuelta malicia en mis ojos.

Hasta que seco, murió en el suelo.

Cuando levanté la vista del suelo, me asusté mucho, mucho.

Al ver que las personas de mí alrededor tenían ahora aspecto de pescados.

Con sus ojos de rebosante indiferencia.

El centro comercial parecía un estanque de gente-pescado disfrazada de impersonalidad.

Atunes, lenguados, y algún que otro emperador vendiendo hamburguesas en Burger King.

Asustado, salí corriendo de allí, buscando refugio en el parque.

Allí, cabreado por estos odiosos animales, recupere el aliento y me calmé.

Saqué de su preciado líquido al pez blanco.

Y me lo comí en un ataque de ira.

Lo mastiqué y engullí con sádica venganza.

Una peste a puerto sucio y pez podrido se instaló en el ambiente.

Haciendo que me llevara las manos a la nariz y llorara del nauseabundo hedor.

Nada podía hacer por proteger mis pituitarias.

Maldije a Neptuno y sus sirenas y demás seres de la mitología y literatura clásica.

Empezaba a arrepentirme de mis actos.

Nunca debí desobedecer a mi madre.

Mi nariz ya estaba roja, casi sangrando, por culpa de la irritación.

Parecía estar respirando bajo un desierto de arena.

Viendo lo sucedido con los anteriores peces.

Al ultimo lo bese y devolví al mar.

Pero el pez azul, nada más caer al agua.

Pasó a mejor vida flotando en la superficie.

Fuera de mis cariños, la tristeza se lo llevó.

Puesto que el blanco alimento que engullí antes, era su amada pareja.

Por mucho que intenté reanimar al pez blanquito.

Nada pude hacer por mejorar su situación, ni la mía.

Un diluvio excesivamente cargado de sal y frescura cubrió el mundo.

Era tal, la intensidad y furia con la que caía, que las calles se inundaron en poco tiempo.

Los peces-hombres que paseaban por la calle, cerraron sus paraguas de sol.

Y se empaparon con liquida felicidad.

Sin importarles ni el salitre, ni el frio, ni su olor característico.

Calado hasta los huesos, aquello fue demasiado para mí y acabé deprimido rápidamente.

Asustado, triste y dolorido, fui corriendo a refugiarme en la tranquilidad de la casa.

Llamé a la puerta de casa.

Serían las seis de la tarde y mi madre tendría ya la merienda preparada.

Impaciente por el caluroso abrazo de la maternidad.

Quien abrió la puerta, fue un pescadito vestido con mi ropa.

Me quedé bloqueado al ver aquel fiel reflejo marino mío.

Mi cerebro no lo soportó, y se produjo el desmayo.

Cuando recuperé el conocimiento.

Vi que sin miembros y enrollado en una funda de pañal.

Vivía ahora en una cajita de cristal, en el comedor de mi casa.

Viendo como una familia de peces de colores comía mientras veían la tele.

Por suerte no estaba ya asustado.

Fue fácil una vez me hice a la idea.

Que cuando uno sale de casa y tomas sus propias decisiones.

Nada de lo que deja atrás volverá a ser igual.

Así que me volví de lado con dificultad y seguí durmiendo.

. . .

Por: Ego Valor.

26 marzo, 2008

¿Porque Quema La Tristeza?

Abajo, unas madres enterraban a su hijo calcinado. Un incendio en el bosque había arrasado gran parte de la vegetación y la mitad de las casas de madera del pueblo. El niño de tres años, se encontraba durmiendo en una de tantas.

Me habían encerrado en lo alto de una torre. Hubiese presenciado el entierro del niño, si no llevara este casco de madera, que me habían construido ex profeso. Siendo esta, prisión de ébano para mis ojos, incómodamente, impedía la vista de nada.

Siendo pequeño fui “bendecido” con la asombrosa cualidad de prender fuego a cualquier cosa con solo desearlo, naci con ello, poco a poco fue emanando. Al principio sin darme cuenta y luego controladamente para mis juegos. Claro que al principio las llamas no eran muy grandes, y mis victimas eran juguetes e insectos.

Desde la primera chispa que salió de mí, la gente del pueblo ya empezó a mirarme recelosamente e imaginándose lo peor.

Fue hace poco, al enamorarme por primera vez de una chica, a los dieciséis años. Hizo que las llamas de mi interior alcanzaran grados nunca visto. Mi fuego interior ardió como nunca.

Seguidamente después del amor, le siguió la tristeza, ella dejó de quererme, me dijo que ya no sentía nada especial por mi amor. Este hecho hizo mis llamas crecer sincronizado con mi ánimo menguante.

Con solo desearlo, podía hacer que ardiera cualquier objeto. Fijaba la vista atentamente mientras imaginaba como ardía, el objeto, sin más, desaparecía en una erupción de chispas seguidas de llamas letales.

Desde que me dejaste, Aurora, las llamas han crecido hasta un rojo carnoso, puro, casi negro, llamas de una viscosidad carnal. Salidas del mismo infierno, con autonomía propia. Un ser con un apetito irracional, asesino bestial. Alcanzaban ya sus ocho metros de muerte. Llamas de pubertad, avivadas con madera de huesos, jóvenes.

Si deseaba quemar mi venda de madera, mi cabeza haría lo propio. Los del pueblo no eran tontos.

Se originó el incendio en el bosque, y adivinad a quien le echaron las culpas. Yo sin ganas de nada, ni siquiera les impedí que me llevaran a este exilio. Claramente yo no había sido. Aunque no estaba aseguro ya de nada. Maldiciendo mi mala suerte, había deseado tantas veces que todo despareciera, que se abrieran las puertas del infierno y arrasaran las llamas con todo aquello, quizás indirectamente lo hubiese provocado. El cansancio me hizo dejarme llevar por los comentarios del pueblo y ya no sabía que pensar de mi.

No iba a defenderme. Si la gente quería seguir su estupidez, no los detendría. Ni siquiera preguntaron, tampoco se pusieron a investigar. Mis padres cansados de mi, aunaron fuerzas por apartarme de delante de ellos. Les suponía un amolestia, no aportaba nada a la casa. Y no les gustaba que por mi culpa ellos se vieran arrastrados a las malas miradas.

Era comprensible, cuando se tiene miedo de algo, vale la pena esconderlo, apartarlo de la vista. Si no lo ves, el problema desaparece, es algo que los humanos hemos aprendido.

Yo, tenía otros planes para conmigo.

Pasando los meses, mi cuerpo minado, marcaba el lapso del tiempo, la comida que me traían, se pudría virgen en algún rincón y se hacía notar en el ambiente.

Decidí fugarme de allí, mis detractores, mis jueces, todo el pueblo pensaba que aquello era seguro. Pero la única seguridad de aquella celda era mi indiferencia por escapar. Llegado el momento salí y pise tierra firme. Ya me había decidido, mi mente ya no aguantaba más.

Eran fiestas en el pueblo, y supuse que sería un buen día para algo de calor.

El casco se había convertido en parte de mí. Como un sexto sentido, había crecido en mi una seguridad y movilidad envidiable. Podía moverme con tranquilidad por el pueblo, lo conocía de memoria. Por allí entre los disfraces pude moverme sin ser visto. La gente estaba muy bebida para darse cuenta y los niños me habían olvidado, de echo alguno hubo que quiso sumarme en sus juegos.

Recordaba esas fiestas, de pequeñito, cuando mis amigos y yo jugábamos por las calles con cohetes sacándole buen partido a mi cualidad. Hacíamos coreografías lanzando aquellos proyectiles de mil formas diferentes o asustando a los curiosos que por allí se acercaban.

Todos bailaban ahora, al ritmo de la orquesta, en la plaza mayor, junto al ayuntamiento. Colores, música, risas y un plan en mi cabeza.

Sin que nadie se diera cuenta, me coloque delante de la orquesta y me convertí en la columna de fuego más hermosa que nunca nadie podría esculpir jamás.

Si había sido o no el creador del fuego del bosque, ya tenía poca importancia.

Es difícil hacerse adulto.

Para mí, todo pasaba por aguantar el amor doloroso dentro. Esas fueron las llamas que de verdad me mataron. Las que tú originaste, nadie vería ese cualidad tuya. Nadie vería tu gran poder.

Por fin todos descansarían en paz. Me había apartado de en medio. Mi desdicha no fue nacer con este poder, sino conocer la tristeza que me abrasó por dentro.

Todo el mundo se quedó mudo mirándome, perplejos, nadie vino a ayudarme. Al quemarse mi casco, hundido en las llamas, el dolor no me impidió ver vuestras caras de estupor por última vez, pero no fue esto lo ultimo que mis privilegiados ojos dejarían de ver, fue el horizonte, detrás vuestro, mucho más hermoso que la complicidad humana.

Despidiéndose con su expansivo y redentor azul, como el mar.

. . .

Por: Ego Valor.

16 marzo, 2008

Casas De Paz Salvaje

Un prado verde, mecido por vientos traviesos, arremolinándose por las hojas y deslizándose por la fina hierba, dejando paso a la primavera. Empezaba el día, el sol en lo alto y el viento fresco de la mañana entraba raudo por la ventana limpiando la cara de ensueño de cada rincón de la mansión vieja y abandonada.

Bueno, abandonada…, ahora ya no. Aquí vivíamos yo y cientos de animales e insectos y plantas. En perfecta armonía. Hacíamos vida entre aquellas viejas paredes, Como antaño hiciera Noé.

Allí entraban y salían siempre que quisieran. Eran libres. Aquella antigua casa, había dejado su apellido humano, para pertenecer a la naturaleza, ahora sería familia de las rocas, las madrigueras, sería una más entre el grupo de pinos, como un rio, formaría ya parte del paisaje.

Desde fuera se veía como una moqueta de plantas de colores y hierbas, la habían recubierto casi por completo. Permanecía en el tierno abrazo de la naturaleza desde hacía más de 200 o 300 años.

Era temprano, yo asomado por la ventana, llenaba mis pulmones de aire, aspirando profundamente el puro aliento de aromas infinitos procedentes del bosque.

Bajo, en el jardín, ubicado enfrente de la puerta de entrada, se encontraban almorzando los unicornios, creemos que los primeros en habitar este fantastico inmueble. Bajaban sus largos cuellos para recoger la paja y deliciosas manzanas que les había dejado la noche anterior, seguidamente, subían sus cabezas masticando la dulce mezcla, mientras seguían con la mirada, el corretear juguetón, de la recién llegada cría de unicornio. Descubriendo esta, la libertad que le proporcionaban sus cuatro patas y una juventud envidiable.

La puerta de la entrada siempre estaba abierta. De hecho, no existía puerta alguna. Era como la entrada natural a una cueva, abierta a quien quisiera entrar a resguardarse en aquel acogedor recinto.

Allí entraban y salían todo tipo de animales. Recientemente habían venido unos lobos en busca de un refugio en el que dar a luz a sus crías.

Las ardillas habían construido sus nichos en la ajada madera y correteaban a su antojo arriba y abajo de la casa por galerías creadas para la ocasión, Recogiendo bellotas que caían dentro de casa, pues estaba llena de agujeros.

De las tantas ramas de arboles que entraban dentro de casa o que habían crecido allí dentro, se acicalaban y cantaban al unísono todo tipo de aves. Llenando el vacio de la casa con hermosos himnos traídos migratoriamente de todo el mundo.

Los conejos y sus naricitas sin descanso, olisqueaban por los innumerables rincones.

Gatos salvajes o abandonados, rellenaban huecos con sus siempre contaminantes largas siestas. Vividores de la noche, mantenían vigilada la casa cuando desaparecía el sol.

En la planta de arriba, varios búhos daban consejos en el inservible cuarto de baño.

Los ciervos paseando por fuera la mansión parecían saludar a los jabalíes, que asustados, habían montado su guarida bajo la escalera de la puerta trasera, entre el lavadero de piedra y los hilos de tender, donde la orquesta de mil silbiditos cantaba los buenos días cada mañana.
Bajé hasta la entrada de la casa y salí a fuera. Sentía como la estación de las flores se instalaba en cada átomo. Mientras el sol barnizaba de brillos todas las superficies. Y enriquecía a todo ser viviente bueno o malo, sin preferencias.

Me posé en mi roca preferida donde tomaba el sol y contemplaba el monumento social fáunico en que se había convertido la casa.

Me hizo gracia el darme cuenta, de que dos ratoncillos despreocupados se acercaban a mi posición en la piedra. Al darse cuenta de mi presencia frenan su paso airado y olisquean en mi dirección, al percatarse de quien soy salen corriendo despavoridos.

Seguí echado al sol, un rato más y al desmarañarme del sueño matinal. Me levanté satisfecho y cogí mis herramientas con dirección a recoger alimentos.

La gran parte del día estuve recogiendo tomates, berenjenas y alguna que otra calabaza. También me entretuve cavando la tierra para plantar las alcachofas que ya había llegado su turno.

El calor apretaba, así el botijo con fuerza y lo alce en el aire. Estaba muy lleno y al desbordar mi boca llena de cristalina y fresca agua, me mojé toda la ropa, refrescando aun más si cabe mi cuerpo. Me encantaba todo aquello, sequé mi boca con el ante brazo. Y seguí trabando, sudando por un trabajo noble y con inmediata recompensa.

Pasé el día trabajando el campo.

Empezaba a oscurecer y acabé recolectando las manzanas que, colgando de la rama me repetían, que era el momento de dejar el árbol. Me encaminé hacia el merecido descanso y un plato de comida en la vieja casa salvaje.

Los unicornios en la entrada me miraban complacientemente, y yo con la cabeza los saludé. Al entrar en la cocina y dejar la comida en la mesa, algunos pajarillos que aun no se habían ido a dormir y alguna que otra gallina trasnochadora se acercaron curiosos a ver lo que traía.
Ya era de noche y muchos allí ya habían cenado, la mayoría cenaba temprano. En cambio otros animales volvían de pasarse toda la jornada trabajando trayendo la comida para la familia.

Yo di buena cuenta de mi cena y con el estomago lleno, salí al jardín. A relajarme en mi piedra. Mientras que contemplaba el desfile de constelaciones y escuchaba la juerga que llevaban los grillos allí fuera.

Hacia una temperatura exquisita, el cálido ambiente invitaba a dormir a la intemperie.
Casi era la media noche, y de pronto cinco unicornios se acercaron donde yo me encontraba, el resto de potros se quedó disfrutando la noche desde sus camas.

Sus cuernos de pronto se iluminaron y empezaron a producir una melodía encantadora. Un sonido parecido a flautas dulces y ocarinas, mezclado con cantos de ballenas propagándose por el mar. Los cuernos iluminaban la noche y la casa vieja con colores suaves y agradables, una especie de iluminación hechizante.

Estupefacto y con alegría creciente, contemplaba lo que deduje como una especie de agradecimiento por una apacible convivencia reciproca.

Y como flotando dentro de este arcaico concierto, apareciste, al fin, caminando por el camino hacia la casa.

La larga espera había acabado.

Sin dejar de sonar la orquesta. Me lancé corriendo a abrazarte.

Tu abrazo era mucho más cálido que mil primaveras juntas. Y sin decirnos palabra alguna, cogidos de la mano sin dejar de mirarnos a los ojos, echamos a correr alejándonos de la casa, por todo aquel basto campo lleno de vida.

Me despedí con mucha alegría de los unicornios y de la vieja mansión que tanto tiempo me habían mecido en su compañía y habían sabido comprenderme. Seguimos corriendo hacia delante, ya nunca volveríamos a mirar atrás. Corriendo a toda prisa.

Seguíamos avanzando a toda prisa, el viento dándonos en la cara fuertemente y nosotros abriéndonos paso a través de él. Nuestras piernas habían desaparecido, pero seguíamos avanzando cada vez más rápido, podíamos ver la velocidad en la hierba al pasar a un metro del suelo. Cuando de repente, con fuerza en los brazos, alzamos el vuelo los dos juntos, cuando atravesamos una nube de plumas que se formo a nuestro alrededor, cuando nos transformamos en águilas. Surcando el cielo. Creando nuestro propio camino.

Y el viento travieso que por la mañana me había despertado, me miraba medio dormido desde su cama, con un ojo abierto y una sonrisa cómplice bajo la sabana. Mañana le tocaría volver a despertar a los animales de la gran mansión, que ya quedaba lejos, allí resguardando a los hijos de la naturaleza.

Llena de vida, rebosante de paz.

. . .


Por: Ego Valor