15 abril, 2008

Me Decidí A Decidir.

Un buen día, mi madre compró peces de colores para casa.

Dentro de su cristal, dando vueltas, no parecían ir nunca a ningún sitio.

Mi mamá me dijo, que nada malo les profesara.

Una mañana automáticamente mi mamá fue al trabajo.

Y yo, imitando a un enfermo, me quedé en casa sin ir a clase.

Al no estar ella presente.

Cogí una bolsa transparente, que llené de agua e introduje a los tres peces de colores.

Salí a la calle en dirección al centro comercial.

Pretendía divertirme y una vez llegué.

Metí la mano en la bolsa y sacando al pez rojo de ella.

Lo deje caer al suelo con resuelta malicia en mis ojos.

Hasta que seco, murió en el suelo.

Cuando levanté la vista del suelo, me asusté mucho, mucho.

Al ver que las personas de mí alrededor tenían ahora aspecto de pescados.

Con sus ojos de rebosante indiferencia.

El centro comercial parecía un estanque de gente-pescado disfrazada de impersonalidad.

Atunes, lenguados, y algún que otro emperador vendiendo hamburguesas en Burger King.

Asustado, salí corriendo de allí, buscando refugio en el parque.

Allí, cabreado por estos odiosos animales, recupere el aliento y me calmé.

Saqué de su preciado líquido al pez blanco.

Y me lo comí en un ataque de ira.

Lo mastiqué y engullí con sádica venganza.

Una peste a puerto sucio y pez podrido se instaló en el ambiente.

Haciendo que me llevara las manos a la nariz y llorara del nauseabundo hedor.

Nada podía hacer por proteger mis pituitarias.

Maldije a Neptuno y sus sirenas y demás seres de la mitología y literatura clásica.

Empezaba a arrepentirme de mis actos.

Nunca debí desobedecer a mi madre.

Mi nariz ya estaba roja, casi sangrando, por culpa de la irritación.

Parecía estar respirando bajo un desierto de arena.

Viendo lo sucedido con los anteriores peces.

Al ultimo lo bese y devolví al mar.

Pero el pez azul, nada más caer al agua.

Pasó a mejor vida flotando en la superficie.

Fuera de mis cariños, la tristeza se lo llevó.

Puesto que el blanco alimento que engullí antes, era su amada pareja.

Por mucho que intenté reanimar al pez blanquito.

Nada pude hacer por mejorar su situación, ni la mía.

Un diluvio excesivamente cargado de sal y frescura cubrió el mundo.

Era tal, la intensidad y furia con la que caía, que las calles se inundaron en poco tiempo.

Los peces-hombres que paseaban por la calle, cerraron sus paraguas de sol.

Y se empaparon con liquida felicidad.

Sin importarles ni el salitre, ni el frio, ni su olor característico.

Calado hasta los huesos, aquello fue demasiado para mí y acabé deprimido rápidamente.

Asustado, triste y dolorido, fui corriendo a refugiarme en la tranquilidad de la casa.

Llamé a la puerta de casa.

Serían las seis de la tarde y mi madre tendría ya la merienda preparada.

Impaciente por el caluroso abrazo de la maternidad.

Quien abrió la puerta, fue un pescadito vestido con mi ropa.

Me quedé bloqueado al ver aquel fiel reflejo marino mío.

Mi cerebro no lo soportó, y se produjo el desmayo.

Cuando recuperé el conocimiento.

Vi que sin miembros y enrollado en una funda de pañal.

Vivía ahora en una cajita de cristal, en el comedor de mi casa.

Viendo como una familia de peces de colores comía mientras veían la tele.

Por suerte no estaba ya asustado.

Fue fácil una vez me hice a la idea.

Que cuando uno sale de casa y tomas sus propias decisiones.

Nada de lo que deja atrás volverá a ser igual.

Así que me volví de lado con dificultad y seguí durmiendo.

. . .

Por: Ego Valor.

1 comentario:

El insecto dijo...

Jova, que intenso, me ha encantado, es una fabula muy bien llevada, muy bonita.

Me quedo con "Nada de lo que deja atrás volverá a ser igual."

Parece que todo este tiempo ha ido fermentandose como un buen licor.

Tres historias un mismo domingo, no me mal acostumbres jeje.