16 marzo, 2008

Casas De Paz Salvaje

Un prado verde, mecido por vientos traviesos, arremolinándose por las hojas y deslizándose por la fina hierba, dejando paso a la primavera. Empezaba el día, el sol en lo alto y el viento fresco de la mañana entraba raudo por la ventana limpiando la cara de ensueño de cada rincón de la mansión vieja y abandonada.

Bueno, abandonada…, ahora ya no. Aquí vivíamos yo y cientos de animales e insectos y plantas. En perfecta armonía. Hacíamos vida entre aquellas viejas paredes, Como antaño hiciera Noé.

Allí entraban y salían siempre que quisieran. Eran libres. Aquella antigua casa, había dejado su apellido humano, para pertenecer a la naturaleza, ahora sería familia de las rocas, las madrigueras, sería una más entre el grupo de pinos, como un rio, formaría ya parte del paisaje.

Desde fuera se veía como una moqueta de plantas de colores y hierbas, la habían recubierto casi por completo. Permanecía en el tierno abrazo de la naturaleza desde hacía más de 200 o 300 años.

Era temprano, yo asomado por la ventana, llenaba mis pulmones de aire, aspirando profundamente el puro aliento de aromas infinitos procedentes del bosque.

Bajo, en el jardín, ubicado enfrente de la puerta de entrada, se encontraban almorzando los unicornios, creemos que los primeros en habitar este fantastico inmueble. Bajaban sus largos cuellos para recoger la paja y deliciosas manzanas que les había dejado la noche anterior, seguidamente, subían sus cabezas masticando la dulce mezcla, mientras seguían con la mirada, el corretear juguetón, de la recién llegada cría de unicornio. Descubriendo esta, la libertad que le proporcionaban sus cuatro patas y una juventud envidiable.

La puerta de la entrada siempre estaba abierta. De hecho, no existía puerta alguna. Era como la entrada natural a una cueva, abierta a quien quisiera entrar a resguardarse en aquel acogedor recinto.

Allí entraban y salían todo tipo de animales. Recientemente habían venido unos lobos en busca de un refugio en el que dar a luz a sus crías.

Las ardillas habían construido sus nichos en la ajada madera y correteaban a su antojo arriba y abajo de la casa por galerías creadas para la ocasión, Recogiendo bellotas que caían dentro de casa, pues estaba llena de agujeros.

De las tantas ramas de arboles que entraban dentro de casa o que habían crecido allí dentro, se acicalaban y cantaban al unísono todo tipo de aves. Llenando el vacio de la casa con hermosos himnos traídos migratoriamente de todo el mundo.

Los conejos y sus naricitas sin descanso, olisqueaban por los innumerables rincones.

Gatos salvajes o abandonados, rellenaban huecos con sus siempre contaminantes largas siestas. Vividores de la noche, mantenían vigilada la casa cuando desaparecía el sol.

En la planta de arriba, varios búhos daban consejos en el inservible cuarto de baño.

Los ciervos paseando por fuera la mansión parecían saludar a los jabalíes, que asustados, habían montado su guarida bajo la escalera de la puerta trasera, entre el lavadero de piedra y los hilos de tender, donde la orquesta de mil silbiditos cantaba los buenos días cada mañana.
Bajé hasta la entrada de la casa y salí a fuera. Sentía como la estación de las flores se instalaba en cada átomo. Mientras el sol barnizaba de brillos todas las superficies. Y enriquecía a todo ser viviente bueno o malo, sin preferencias.

Me posé en mi roca preferida donde tomaba el sol y contemplaba el monumento social fáunico en que se había convertido la casa.

Me hizo gracia el darme cuenta, de que dos ratoncillos despreocupados se acercaban a mi posición en la piedra. Al darse cuenta de mi presencia frenan su paso airado y olisquean en mi dirección, al percatarse de quien soy salen corriendo despavoridos.

Seguí echado al sol, un rato más y al desmarañarme del sueño matinal. Me levanté satisfecho y cogí mis herramientas con dirección a recoger alimentos.

La gran parte del día estuve recogiendo tomates, berenjenas y alguna que otra calabaza. También me entretuve cavando la tierra para plantar las alcachofas que ya había llegado su turno.

El calor apretaba, así el botijo con fuerza y lo alce en el aire. Estaba muy lleno y al desbordar mi boca llena de cristalina y fresca agua, me mojé toda la ropa, refrescando aun más si cabe mi cuerpo. Me encantaba todo aquello, sequé mi boca con el ante brazo. Y seguí trabando, sudando por un trabajo noble y con inmediata recompensa.

Pasé el día trabajando el campo.

Empezaba a oscurecer y acabé recolectando las manzanas que, colgando de la rama me repetían, que era el momento de dejar el árbol. Me encaminé hacia el merecido descanso y un plato de comida en la vieja casa salvaje.

Los unicornios en la entrada me miraban complacientemente, y yo con la cabeza los saludé. Al entrar en la cocina y dejar la comida en la mesa, algunos pajarillos que aun no se habían ido a dormir y alguna que otra gallina trasnochadora se acercaron curiosos a ver lo que traía.
Ya era de noche y muchos allí ya habían cenado, la mayoría cenaba temprano. En cambio otros animales volvían de pasarse toda la jornada trabajando trayendo la comida para la familia.

Yo di buena cuenta de mi cena y con el estomago lleno, salí al jardín. A relajarme en mi piedra. Mientras que contemplaba el desfile de constelaciones y escuchaba la juerga que llevaban los grillos allí fuera.

Hacia una temperatura exquisita, el cálido ambiente invitaba a dormir a la intemperie.
Casi era la media noche, y de pronto cinco unicornios se acercaron donde yo me encontraba, el resto de potros se quedó disfrutando la noche desde sus camas.

Sus cuernos de pronto se iluminaron y empezaron a producir una melodía encantadora. Un sonido parecido a flautas dulces y ocarinas, mezclado con cantos de ballenas propagándose por el mar. Los cuernos iluminaban la noche y la casa vieja con colores suaves y agradables, una especie de iluminación hechizante.

Estupefacto y con alegría creciente, contemplaba lo que deduje como una especie de agradecimiento por una apacible convivencia reciproca.

Y como flotando dentro de este arcaico concierto, apareciste, al fin, caminando por el camino hacia la casa.

La larga espera había acabado.

Sin dejar de sonar la orquesta. Me lancé corriendo a abrazarte.

Tu abrazo era mucho más cálido que mil primaveras juntas. Y sin decirnos palabra alguna, cogidos de la mano sin dejar de mirarnos a los ojos, echamos a correr alejándonos de la casa, por todo aquel basto campo lleno de vida.

Me despedí con mucha alegría de los unicornios y de la vieja mansión que tanto tiempo me habían mecido en su compañía y habían sabido comprenderme. Seguimos corriendo hacia delante, ya nunca volveríamos a mirar atrás. Corriendo a toda prisa.

Seguíamos avanzando a toda prisa, el viento dándonos en la cara fuertemente y nosotros abriéndonos paso a través de él. Nuestras piernas habían desaparecido, pero seguíamos avanzando cada vez más rápido, podíamos ver la velocidad en la hierba al pasar a un metro del suelo. Cuando de repente, con fuerza en los brazos, alzamos el vuelo los dos juntos, cuando atravesamos una nube de plumas que se formo a nuestro alrededor, cuando nos transformamos en águilas. Surcando el cielo. Creando nuestro propio camino.

Y el viento travieso que por la mañana me había despertado, me miraba medio dormido desde su cama, con un ojo abierto y una sonrisa cómplice bajo la sabana. Mañana le tocaría volver a despertar a los animales de la gran mansión, que ya quedaba lejos, allí resguardando a los hijos de la naturaleza.

Llena de vida, rebosante de paz.

. . .


Por: Ego Valor

2 comentarios:

Donnie Darko dijo...

en esta has fumado menos xDDD pero aún asi has visto unicornios xD asi que sigues trabajando bajo los efectos de drogas y eso no esta permitido xDDDD

nah muy currada que la tenias desde el primer día y este y yo todo para el final, le he pillado el mal vicio xD

El insecto dijo...

Anda, he tenido que despertar para dejarte un comentario, que dulce brisa, parece que llega la primavera, me gusta, me gusta. Hay q ver, cada semana te lo curras mas, y con dibujo y todo.

Hay sitio en la mansion? uhmmm yo creo q me acabaria convirtiendome en gato, dormir y hacer cosas por la noche... si creo q seria un gato, jejeje

q lastima yo quiero mas, cuando llegara el proximo domingo